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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Lamentó haber dejado dentro de la Galería, sobre su mesa, la lente de aumento regalo del profesor. ¿Quién es usted? preguntó el gigante . ¿Cómo se llama? ¿A qué familia pertenece?... El hombrecillo, á pesar de que estaba en las alturas, miró en torno con cierta inquietud, temiendo que alguien pudiese escucharle.

Después de casada, seguía mostrando la misma entrañable benevolencia hacia el género humano, si bien de un modo más sucesivo, esto es, un hombre después de otro o, a lo sumo, de dos en dos. Su marido era un mejicano rico con rasgos de indio en la fisonomía. Poco después que éstos entró en el salón Fuentes, un hombrecillo vivaracho, feo, raquítico, bastante marcado por las viruelas.

Entró Roger en la habitación y quedó atónito al ver que de un fuerte garfio de hierro pendiente del techo colgaba un hombrecillo que era quien tan desaforadamente gritaba. El garfio lo tenía sujeto por el cinto y el infeliz manoteaba y perneaba como un poseído. ¡À moi, mes amis! seguía berreando, cárdeno el rostro. ¡Favor al campeón del Obispo de Montaubán! ¡À moi!

El general Estrakenz murmuró Sarto, haciéndome saber así que me hallaba en presencia del más famoso veterano del ejército de Ruritania. Detrás del General se hallaba un hombrecillo que vestía amplio ropaje rojo y negro. El Canciller del Reino murmuró Sarto. El General me saludó con algunas leales palabras y en seguida me presentó las excusas del duque de Estrelsau.

¿Qué tal, eh? dijo una voz detrás de un tapiz. Miró Lerma al lugar de donde salía la voz, y vió que el tapiz se levantaba y que de detrás de él salía un hombrecillo. Aquel hombrecillo era el bufón del rey. Estuvieron mirándose durante algunos segundos el ministro y el bufón. Los ojos del tío Manolillo relumbraban como brasas. Sus mejillas no estaban pálidas, sino verdinegras.

¡Ah, ah! ¡Ahí vienen, ahí vienen! exclamó el antiguo soldado, cuyo rostro tomó de pronto una expresión de singular entusiasmo. ¡Vamos! ¡Por fin se deciden! Y se arrojó por la trinchera gritando: ¡Muchachos, atención! Al pasar, vio a Riffi, el sastrecillo de Charmes, inclinado sobre un enorme fusil de munición; el hombrecillo había hecho un escalón en la nieve para apuntar mejor.

Tiene la boca amoratada, los ojos profundamente hundidos, y la mirada enloquecida de ansia. Es todo cuanto queda de un cocainómano. ¡Cocaína! ¡Por favor, un poco de cocaína! El sepulturero, sereno, sabe bien que él mismo llegaría a disolver con la saliva el vidrio de su frasco, para alcanzar el cloroformo prohibido. Es, pues, su deber ayudar al hombrecillo tiritante.

Vistióse apresuradamente, bajó azorado, aturdido, y entró con ellos en el coche; y este comenzó a rodar, sin que él se diese cuenta de lo que hablaban, ni de lo que le decían, ni del camino que tomaban, ni pudiera definir otra cosa en su mente que un cartel de toros pegado en la esquina de la casa de Alcañices y un guardia que, al pasar ellos, abría la verja del Retiro, con grandes patillas blancas, iguales a las de Diógenes. ¿Por qué tendría aquel hombre patillas y no bigote?... Esto le preocupó un momento, y volvió a acordarse de ello cuando, una hora después, se detenía el coche a la entrada de una inmensa alameda formada por árboles frondosísimos, en que miles y miles de pájaros cantaban en todos los tonos las maravillas de Dios... Había allí un hombrecillo con patillas ralas y gafas de oro, tan pálido como él, tan azorado y tembloroso, con otros dos señores muy serios.

Por las mañanas, la tertulia era en casa del zapatero que enseñaba los gigantones, un hombrecillo amarillento y enfermo, con eternos dolores de cabeza que le obligaban a llevar varios pañuelos arrollados a guisa de turbante. Era el más pobre de las Claverías.

De pronto, a algunos pasos de distancia, vio a San Nicolás, el taumaturgo. Era un hombrecillo de pelo gris, con pantuflas tártaras muy agudas y una pequeña aureola dorada alrededor de la cabeza. Pomerantzev avanzaba cabizbajo, y el santo también, sin ruido alguno, como si anduviese sobre una espesa alfombra. Durante largo rato, uno y otro guardaron silencio.

Palabra del Dia

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