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Actualizado: 2 de junio de 2025
Tres años despues que pasó el emperador á Andalucía, cuentan que al ver lo que se habia destruido dobló tristemente la cabeza y manifestó un profundo sentimiento por haber otorgado su permiso; mas ¿de qué podian servir entonces sus estériles é infundadas quejas? ¡era ya tarde!
Se dieron las manos. Y entonces ocurrió algo inesperado que produjo un largo silencio de sorpresa y de asombro. Miguel dobló su cuerpo, se encogieron sus rodillas, se llevó á la boca aquella mano que tenía en la suya, con el mismo gesto humilde de los siervos de la estepa ante sus poderosos abuelos. Luego la besó, mojándola con sus lágrimas. Ocho días llevaba Lubimoff sin salir de Villa-Sirena.
"Dobló la rodilla el hermoso mancebo y se inclinó la cabeza en señal de crianza y agradecimiento, y en dos brincos se puso ante la cuerda que detenía a los cuatro ligeros corredores; sus doce compañeros se pusieron a un lado, a ser espectadores de la carrera.
Bastaba mirar a los nombrados para comprender que no se trataba de una broma irreverente; nadie se atrevió ni a pensarlo... El misterio de lo sobrenatural y lo inexplicable se cernía, como una grande ave negra, sobre las frentes, pálidas y sudorosas... Los mismos reyes se pusieron de pie... Y fray Anselmo dobló una rodilla en tierra, besó la mano del monarca, levantose, y habló... Sus palabras eran como sombras de palabras.
Oyendo lo cual don Quijote, se le dobló la admiración y se le acrecentó el pasmo, viniéndosele al pensamiento que Sancho Panza debía de ser muerto, y que estaba allí penando su alma, y llevado desta imaginación dijo: -Conjúrote por todo aquello que puedo conjurarte como católico cristiano, que me digas quién eres; y si eres alma en pena, dime qué quieres que haga por ti; que, pues es mi profesión favorecer y acorrer a los necesitados deste mundo, también lo seré para acorrer y ayudar a los menesterosos del otro mundo, que no pueden ayudarse por sí propios.
Y sin detenerse, sin volver la cara atrás, temeroso de ser cogido de nuevo, no paró de correr hasta que dobló tres esquinas. Entonces se detuvo y escuchó con atención. Nada se oía más que el rumor monótono y sostenido de la lluvia, porque seguía lloviendo, y el zumbar del viento pesado y fuerte á lo largo de las estrechas calles. Miró y tampoco vió nada, porque la noche era obscura.
Adiós, recibid mi alma. Dorotea.» Y por bajo se leía: «Decid á don Francisco de Quevedo, que en mi casa, en un cajón de la mesa de la sala, está mi testamento; que lo haga cumplir.» Dos lágrimas, gordas, enormes, de Quevedo, cayeron sobre este papel. Luego le dobló en silencio, y le guardó. Padre Aliaga dijo dirigiéndose al religioso que oraba en silencio , vos os quedaréis, ¿no es verdad?
Doña Paula, que había acompañado a su hijo hasta el portal, dijo con énfasis al cochero: A casa de don Pompeyo Guimarán... ya sabes.... Sí, sí... Dobló el coche la esquina; don Fermín corrió un cristal y gritó: Despacio, al paso. Miró la carta de Ana. Rompió el sobre con dedos que temblaban y leyó aquellas letras de tinta rosada que saltaban y se confundían enganchadas unas con otras.
Anduvo corto trecho, dobló la esquina y se paró. Entonces comprendió mejor que antes lo terrible de su situación. Al ver que no podía dirigirse á ninguna parte, porque á nadie conocía, le ocurrió esperar cerca de la casa á que entraran Elías ó su sobrino.
En la antesala, una sombra siniestra se dobló, tal vez en reverencia de irónica despedida, tal vez al peso de una maldición secreta. Y en el patio enlosado y en el corral, abierto a una pálida luna recién nacida, se percibía un rumor cauteloso y tétrico, como de cipresal mecido por un hálito de muerte.... Qué alegre sonó el golpazo postrero de la puerta roja detrás de los dos viajeros!
Palabra del Dia
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