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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Algún caballero se acercaba con disimulo a las habitaciones contiguas, espiando el momento de tender la mano sobre los riquísimos vegueros esparcidos en bandejas de plata.
Se presentó un día a la señora, y con la disculpa de que la plancha le hacía daño pidió la cuenta. No se le ocultó a Amalia la verdadera razón, pues tenía conocimiento de sus murmuraciones. Disimuló, sin embargo. Sí, hija, comprendo que el planchado te aburra. Tú no gozas de mucha salud. También yo ando malucha hace días.
Visita encogía los hombros. «No se explicaba aquello. ¡Qué mujer era Ana! Ella estaba segura de que Álvaro le parecía retebién, Álvaro seguía su persecución con gran maña, lo había notado, ella le ayudaba, Paquito le ayudaba, el bendito D. Víctor ayudaba también sin querer... y nada. Mesía preocupado, triste, bilioso, daba a entender, a su pesar, que no adelantaba un paso. ¿Andaría el Magistral en el ajo?». Visita se impuso la obligación de espiar la capilla del Magistral; se enteró bien de las tardes que se sentaba en el confesonario, y se daba una vuelta por allí, mirando por entre las rejas con disimulo para ver si estaba la otra. Después averiguó que la habían visto confesando por la mañana a las siete. «¡Hola! allí había gato». No presumía la del Banco las atrocidades que se le habían pasado por la imaginación a Mesía; no pensaba, Dios la librara, que Ana fuera capaz de enamorarse de un cura como la escandalosa Obdulia o la de Páez, tonta y maniática que despreciaba las buenas proporciones y cuando chica comía tierra; Ana era también romántica (todo lo que no era parecerse a ella lo llamaba Visita romanticismo), pero de otro modo; no, no había que temer, sobre todo tan pronto, una pasión sacrílega; pero lo que ella temía era que el Provisor, por hacer guerra al otro las razones de pura moralidad no se le ocurrían a la del Banco empleara su grandísimo talento en convertir a la Regenta y hacerla beata. ¡Qué horror! Era preciso evitarlo. Ella, Visita, no quería renunciar al placer de ver a su amiga caer donde ella había caído; por lo menos verla padecer con la tentación. Nunca se le había ocurrido que aquel espectáculo era fuente de placeres secretos intensos, vivos como pasión fuerte; pero ya que lo había descubierto, quería gozar aquellos extraños sabores picantes de la nueva golosina. Cuando observaba a Mesía en acecho, cazando, o preparando las redes por lo menos, en el coto de Quintanar, Visitación sentía la garganta apretada, la boca seca, candelillas en los ojos, fuego en las mejillas, asperezas en los labios. «
Despues de reflexionado todo, con la madurez y resolucion que pedian las críticas circunstancias en que se hallaba, facilitóle aquel párroco 200 mulas que le pidió, é hizo apostar en el puesto de Morara, distante tres leguas de Moxo, camino real de Potosí, y al propio tiempo significó á todos no podia alterar las órdenes de seguir su marcha, para incorporarse con Flores y salvar la ciudad de la Plata que tanto cuidado daba por el bloqueo que le hacian sufrir los indios, acaudillados por los dos hermanos Cataris, de cuya pérdida se haria responsable por su detencion: y sin el menor retardo destacó algunas partidas, para que ocupasen los caminos y embarazasen el paso á cuantos se dirigiesen hacia adelante, con la órden de observar los movimientos de los enemigos, que con alguna distancia y disimulo, procuraban certificarse de la verdadera intencion de aquellas tropas.
La soltura con que andaba por el buque y ciertas palabras técnicas empleadas contra su voluntad no permitieron á Ferragut más dudas sobre su verdadera profesión. Usted es marino dijo de pronto. Y el conde asintió, juzgando inútil el disimulo. Sí, era marino.
En cuanto aparecía por allí doña Mónica se ponía a hacer guiños a aquél con tan poco disimulo, acompañándolos de una tosecilla tan falsa y burlona, que la buena señora enrojecía de indignación, y tanto llegó a irritarse que, aun perdiendo las cinco pesetas cada día, pensó en arrojar a aquel insolente de su casa. Los pensamientos de Barragán eran más altos, como ya sabemos.
A lo cual, con extraño disimulo, sin alterarse ni mudarse en nada, respondió Cortado: Lo que yo sabré decir desa bolsa es que no debe de estar perdida, si ya no es que vuesa merced la puso a mal recaudo. ¡Eso es ello, pecador de mí respondió el estudiante : que la debí de poner a mal recaudo, pues me la hurtaron!
No coló el disimulo; porque Nieves, aunque no le miraba de frente, le pescó el fogonazo en la cara y la sacudida que le había precedido. No lo decía por tanto repuso a buena cuenta y por si había dado en blando la pregunta.
¡Oh! eso es grave, hija mía dijo la tía Liette sonriendo a pesar de su tristeza. ¿Verdad que sí? respondió cándidamente la joven miss. Así fue, que cuando el señor de Argicourt fue a acompañarle, los seguí con disimulo y me puse a escuchar... Sé que hice mal, tía Liette... Liette le estrechó la mano, como para animarla.
Con lo demás que decía el romance, que si no hizo reir á nadie por el chiste, os hizo á vos llorar de rabia por lo claro, y dar conmigo en San Marcos, con tan poco disimulo de la causa, que todo el mundo tuvo por culpa de ella al romance, y por doña Catalina á la doña Teresa que el romance cantaba.
Palabra del Dia
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