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Actualizado: 24 de junio de 2025
El emperador don Carlos, nuestro Señor, mandó que fuese ahorcado Juan Florín, el pirata, y que el capitán Martín Pérez de Irizar pusiera en su escudo, para eterno recuerdo, el galeón, el arpón y la bandera ganados en la batalla.»
Los árabes, sin recelo de un barco en que está arbolada la bandera de Granada, del rey en prenda y señal, á Aben Jucef se adelantan y en paz le tienden la mano, como á un cariñoso hermano de igual raza y ley igual.
No se renuncia porque un ejército de 20.000 hombres guarde la entrada de la patria; los soldados mueren en los combates; desertan o cambian de bandera.
No teman y estenme atentos. Orden traigo de Dios mismo Á boca de reprenderles La poca fe que han tenido. Los que siguen la bandera Del gran alférez de Cristo, ¿La plaza que les entrega Desamparan fugitivos? No há dos días naturales Que puso el contrario el sitio: ¿Cómo desmaya tan presto De vuestra esperanza el brío?
El manto real de los reyes bárbaros de Europa fué siempre colorado. La España ha sido el último país europeo que ha repudiado el colorado, que llevaba en la capa grana. Don Carlos en España, el pretendiente absoluto, iza una bandera colorada.
Al siglo XVI, á ese siglo en que ni el sol dejaba de alumbrar dominios españoles, ni su bandera de ondear doquiera hubiera una peña donde sustentar su grandiosa insignia; al siglo XVI, epopeya ante la cual, todo español vuelve los ojos engrandeciéndose con su grandeza; al siglo XVI, que veía pasar ante los misteriosos dientes de su grandiosa rueda, hazaña tras hazaña, conquista tras conquista; á ese siglo que parecía no acabaría de registrar en sus doradas páginas triunfos y victorias: á ese siglo, en que veneros de oro arrojaba el Nuevo Mundo, mundo del cual dice un célebre poeta invocando la gran figura de Isabel, que había en bancos de coral, rocas de perlas; á ese siglo que tiene un prólogo tan grandioso como el que dejó escrito con la punta de su espada, el invencible Gonzalo de Córdoba, siendo una de las letras de su epílogo el postrimer suspiro del que moría entre los sombríos y artísticos muros del Escorial, después de haber hecho temblar al mundo de Oriente á Occidente; á ese siglo en que, á imitación de los antiguos rituales, hacían renacer los aragoneses y catalanes la memoria de Rodrigo de Vivar, reproduciendo las solemnes fórmulas del juramento que hizo temblar á Sancho el Bravo; á ese siglo que compendia la edad de oro de nuestra literatura, á cuyo frente figuran genios como Lope de Vega y Cervantes; á ese siglo, en que un Carlos I recogía del suelo los pinceles del Ticiano; á ese siglo en que se incubaban en la mente de Blasco de Garay los primeros gérmenes que habían de crear esos gigantescos pulmones de hierro que en sus potentes transpiraciones de vapor horadan la roca, dividen las ondas y acortan el espacio; á ese siglo, en fin, le cupo la gloria de ver descubiertas á la nueva civilización las hoy llamadas islas Marianas, con todo el Archipiélago Filipino.
La sensibilidad, la cualidad por excelencia del Indio, fué herida, y si paciencia tuvo para sufrir y morir al pie de una bandera extranjera, no la tuvo cuando aquel, por quien moría, le pagaba su sacrificio con insultos y sandeces. Entonces examinóse poco á poco, y conoció su desgracia.
El barón le suplicó por todos los santos del cielo que fuese a París, único teatro capaz de aplaudirla dignamente, en vista de que los bravos franceses resuenan en todos los ámbitos del universo, llevados por su bandera tricolor.
Ya no era un palo, era una torre, y á continuación de esta torre iba surgiendo del mar un basamento de acero que chorreaba cascadas de espuma, un lomo gris de cetáceo, que poco á poco tomaba la forma de un vaso navegante largo y afilado. Una bandera flotó de pronto sobre el submarino. Ulises la conocía. ¡Nos van á atacar á cañonazos! gritó á Tòni . Es inútil que naveguemos en zigzags.
Lo que esos pueblos alcanzaron con una preparación de muchos años lo conseguiremos nosotros en cuatro meses. La bandera de tempestad del Imperio va á pasearse por mares y naciones: el sol iluminará grandes matanzas... La vieja Roma, enferma de muerte, apellidó bárbaros á los germanos que le abrieron la fosa. También huele á muerto el mundo de ahora, y seguramente nos llamará bárbaros... ¡Sea!
Palabra del Dia
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