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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Al terminar éstas, un silencio de muerte caía sobre las inmensas soledades, retirándose las bandos de jornaleros a los pueblos de la sierra, para maldecir de lejos a la ciudad opresora. Otros mendigan en ella, viendo de cerca la riqueza de los amos, sus ostentaciones bárbaras que incubaban en las almas de los pobres un deseo de exterminio.

El almirante Coello, que mandaba el navío Santiago, enterado del estado en que se encontraban los españoles los atendió con toda clase de recursos, haciendo quedase al mando de la fuerza que se organizó, el capitán de los antiguos tercios D. Juan Santiago; este, como buen soldado, de genio aventurero, de pronta y decisiva acción, de resistente naturaleza y de un valor y tesón á toda prueba, comprendió que las contemplaciones eran el verdadero foco donde se incubaban las hostilidades y la guerra, así que, dejando correr sus instintos en armonía con sus antiguos hábitos de campaña, reforzó el fuerte, levantó empalizadas, acumuló materiales y vituallas, y una vez asegurada la retirada, principió su obra de conquista talando cuantos campos se le oponían y quemando las rancherías que mostraban resistencia.

Al siglo XVI, á ese siglo en que ni el sol dejaba de alumbrar dominios españoles, ni su bandera de ondear doquiera hubiera una peña donde sustentar su grandiosa insignia; al siglo XVI, epopeya ante la cual, todo español vuelve los ojos engrandeciéndose con su grandeza; al siglo XVI, que veía pasar ante los misteriosos dientes de su grandiosa rueda, hazaña tras hazaña, conquista tras conquista; á ese siglo que parecía no acabaría de registrar en sus doradas páginas triunfos y victorias: á ese siglo, en que veneros de oro arrojaba el Nuevo Mundo, mundo del cual dice un célebre poeta invocando la gran figura de Isabel, que había en bancos de coral, rocas de perlas; á ese siglo que tiene un prólogo tan grandioso como el que dejó escrito con la punta de su espada, el invencible Gonzalo de Córdoba, siendo una de las letras de su epílogo el postrimer suspiro del que moría entre los sombríos y artísticos muros del Escorial, después de haber hecho temblar al mundo de Oriente á Occidente; á ese siglo en que, á imitación de los antiguos rituales, hacían renacer los aragoneses y catalanes la memoria de Rodrigo de Vivar, reproduciendo las solemnes fórmulas del juramento que hizo temblar á Sancho el Bravo; á ese siglo que compendia la edad de oro de nuestra literatura, á cuyo frente figuran genios como Lope de Vega y Cervantes; á ese siglo, en que un Carlos I recogía del suelo los pinceles del Ticiano; á ese siglo en que se incubaban en la mente de Blasco de Garay los primeros gérmenes que habían de crear esos gigantescos pulmones de hierro que en sus potentes transpiraciones de vapor horadan la roca, dividen las ondas y acortan el espacio; á ese siglo, en fin, le cupo la gloria de ver descubiertas á la nueva civilización las hoy llamadas islas Marianas, con todo el Archipiélago Filipino.

Palabra del Dia

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