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El barón le suplicó por todos los santos del cielo que fuese a París, único teatro capaz de aplaudirla dignamente, en vista de que los bravos franceses resuenan en todos los ámbitos del universo, llevados por su bandera tricolor.

No, señores, dijo Pecson con su risa de calavera: para celebrar el hecho no hay como un banquete en una pansitería servido por chinos sin camisa, ¡pero sin camisa! La idea por lo sarcástica y grotesca fué aceptada; Sandoval fué el primero en aplaudirla; hacía tiempo quería ver el interior de esos establecimientos que de noche parecen tan alegres y animados.

Así, pues, líbrese de la primera embestida, y no lo deje para la segunda; y desengáñese, que en las Batuecas si nos quita el adular, nos quita el vivir; es preciso contentarse con decir en todo papel impreso que la comedia estuvo de lo lindo; que todos los actores, incluso los que no la representaron, se sobrepujaron a mismos, que es frase que quiere decir mucho, aunque no hay un cristiano que la entienda; que la decoración fue cosa exquisita; que el público anduvo acertado en aplaudirla; que la invención última es el súmum del saber humano; que el edificio y que la fuente y que el monumento, son otras tantas maravillas; que aquella obra está planteada sobre las bases más sólidas y los auspicios más felices; que la paz y la gloria, y la dicha y el contento llegaron a su colmo; que el cólera no viene a las Batuecas porque describe triángulos acutángulos, y es cosa averiguada, que todo el que describe esta figura al andar, no puede pasar de cierto punto; entreverar un articulejo de volapiés, que esto a nadie ofende sino al toro; ingerir tal cual examen analítico de la obra última entre si diré, si no diré lo que hay en la materia, tal cual anacreóntica, donde se le digan a Filis cuatro frioleras de gusto, con su poco de acertijo, y algún sonetuelo de circunstancias, que es cosa que sabe como cada fruta en su tiempo, y en las demás materias, ¡chitón! que las noticias no son para dadas, la política no es planta del país, la opinión es sólo del tonto que la tiene, y la verdad estese en su punto.

¡Lo que me ha perjudicado la guerra! dijo con languidez . Este invierno iban á estrenar en París un baile mío. Todos protestaron de su tristeza: su obra sería impuesta después del triunfo, y los franceses tendrían que aplaudirla. No es lo mismo continuó el conde . Confieso que amo á París... ¡Lástima que esas gentes no hayan querido nunca entenderse con nosotros!...

Tendrían razón todos los señores, pues no se llega a canónigo sin talento; pero intervino el cardenal difunto, que de Dios goce otro golpe de bonete , y el cabildo hubo de aceptar la reforma a regañadientes, y acabará por aplaudirla. ¡A cualquiera le amarga un dulce! ¿Sabes cuánto dinero le entregué al señor cardenal el año pasado? Más de tres mil duros, casi tanto como nos da el Estado pecador.