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Una sonrisa sarcástica se dibujó en sus labios; aquella noche tenían ellos el banquete en la pansitería para celebrar la muerte de la Academia de Castellano. ¡Ay! suspiró; como los liberales en España sean cual los tenemos aquí, ¡dentro de poco la Madre Patria podrá contar el número de sus fieles!

No, señores, dijo Pecson con su risa de calavera: para celebrar el hecho no hay como un banquete en una pansitería servido por chinos sin camisa, ¡pero sin camisa! La idea por lo sarcástica y grotesca fué aceptada; Sandoval fué el primero en aplaudirla; hacía tiempo quería ver el interior de esos establecimientos que de noche parecen tan alegres y animados.

Isagani ha oido ecos lejanos preguntándole por don Tiburcio de Espadaña, el nombre de Juanito Pelaez, pero le sonaban á campanadas que se oyen de lejos, voces confusas percibidas durante el sueño. Fué necesario advertirle que habían llegado á la plaza de Santa Cruz. La sala de la «Pansitería Macanista de buen gusto» ofrecía en aquella noche un aspecto estraordinario.

¡Parecen los macanistas de la pansitería! repitió Pecson disgustado. Una señora, acompañada de su marido, entraba en aquel momento y ocupaba uno de los dos palcos vacíos.

Se susurraban rumores de inteligencias entre los estudiantes y los remontados de San Mateo; se aseguraba que en una pansitería juraron sorprender la cindad; se habló de barcos alemanes, fuera de la bahía, para secundar el movimiento, de un grupo de jóvenes que, so capa de protesta y españolismo, se iban á Malakañang para ponerse á las órdenes del General, y que fueron presos por descubrirse que iban armados.

Ademas, ese joven no ha estado en el banquete de la pansitería, ni se ha metido en nada... Como dije, es el más inocente... ¡Mejor que mejor! exclamó alegremente S. E.; ¡así el castigo resulta más saludable y ejemplar como que infunde más terror!

Despues hizo señas á sus compañeros para que se acercasen. Vieron salir por la puerta de la pansitería un joven que miraba á todas partes y entraba con un desconocido en un coche que esperaba junto á la acera. Era el coche de Simoun. ¡Ah! exclamó Makaraig; ¡el esclavo del Vice Rector servido por el Amo del General! Muy de mañana levantóse Basilio para ir al Hospital.

La música cesó, se fueron los hombres, volvieron poco á poco las mujeres y empezó entre ellas un diálogo del que nada comprendieron nuestros amigos. Estaban hablando mal de una ausente. ¡Parecen los macanistas de la pansitería! observó Pecson en voz baja. ¿Y el cancan? preguntó Makaraig. ¡Están discutiendo el sitio más á propósito para bailarlo! repuso gravemente Sandoval.