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El aya, en pie también, con las manos cruzadas, los observaba atentamente, sin dejar por eso de mover sus labios finos y rojos. Concluída la oración, los niños miraron al aya: ésta hizo una imperceptible señal con los ojos y todos se sentaron. Un criado con librea fué anudando las servilletas á la garganta de los chicos bajo la atención vigilante de la institutriz. Nadie despegaba los labios.

Mire usted: nos darán en primer lugar mantel y servilletas puercos, vasos puercos, platos puercos y mozos puercos; sacarán las cucharas del bolsillo, donde están con las puntas de los cigarros; nos darán luego una sopa que llaman de hierbas, y que no podría acertar a tener nombre más alusivo; estofado de vaca a la italiana, que es cosa nueva; ternera mechada, que es cosa de todos los días; vino de la fuente; aceitunas magulladas; frito de sesos y manos de carnero, hechos aquéllos y éstas a fuerza de pan; una polla que se dejaron otros ayer, y unos postres que nos dejaremos nosotros para mañana.

Un elevado entarimado levantaba la mesa sobre el nivel de las otras en que iban á comer los simples mortales, y una bóveda, decorada por los mejores artistas, protegería los augustos cráneos de las miradas envidiosas de las estrellas. Allí no había más que siete cubiertos; la vagilla era de plata maciza, mantel y servilletas de finísimo lino, vinos, los más caros y esquisitos.

Seis blancas servilletas oprimidas en otros tantos aros de marfil, se ven sobre la mesa. Tres son las desconocidas ó desconocidos que me toca bosquejar, pues en cuanto al capitán y á mi amigo, ya los han visto ustedes, siquiera haya sido á la ligera. En el boceto del capitán poco tengo que añadir. ¿Quién de mis lectoras no conoce á un andaluz joven, buen mozo, bullanguero y galante?

Entramos en el primer salon del establecimiento y nos sentamos cerca de una mesa de mármol, limpia y lustrosa, sin manteles ni servilletas. En la targeta que nos dieron á la entrada, están notados todos los artículos disponibles en el establecimiento, con el precio de cada uno al márgen. La servilleta es el primero de aquellos artículos, y cuesta un sueldo por cada comida.

Lo primero que se les presentó fué Cunegunda y la vieja que estaban tendiendo unas servilletas para que se enxugasen en unas tomizas. Al ver esta escena, se puso amarillo el baron; y el tierno y enamorado Candido contemplando á Cunegunda toda prieta, los ojos lagañosos, enxutos los pechos, la cara arrugada, y los bazos amoratados, se hizo tres pasos atras, y se adelantó luego por buena crianza.

En honor de mi nueva encarnación, habían preparado aquella mañana un almuerzo chino. ¡Qué gentiles servilletas de papel de seda escarlata con monstruos fabulosos dibujados en negro! La comida dió comienzo por ostras de Ning-Pó. ¡Excelentes! Me sorbí dos docenas con verdadero regalo oriental.

Como antes hicieron doña Manuela y Leocadia, Pepe y Millán fueron empujando la butaca desde el comedor al gabinete en cuya alcoba dormía don José; Leocadia se quedó doblando el mantel y las servilletas.

El demonio del chico hacía presa en cuanto encontraba, sin despreciar las cosas de valor ínfimo; y después de arramblar por los paraguas y sombrillas, la emprendió con la ropa interior, y un día, al levantarse de la mesa, aprovechando un momento de descuido de sus madres y hermana, escamoteó el mantel y dos servilletas.

Poco á poco fueron llegando de todas sus habitaciones y arrodillándose conforme á cierto órden; todas vestidas con un sayon negro de sarga y una cofia blanca de forma particular, y provistas de enormes camándulas y de unos paños ó grandes servilletas de lino muy almidonadas y aplanchadas, que llevaban sobre el brazo izquierdo.