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Ya ves este escenario. ¿Te acuerdas de mi establecimiento de la calle de la Torrecilla? ¡Aquéllos que eran tiempos majos! Pero tu divina familia me arrumbó; tu papaíto, que de Dios goce, ¡tres puñales, me trajo a esta miseria! ¡Ya ves qué polla estoy!; sesenta y ocho años, chiquilla, sesenta y ocho miércoles de Ceniza a la espalda.

Jacinta no se convencía, y en cuanto a la enfermedad, su opinión era muy distinta de la de su suegra. Aquella noche le cogió por su cuenta para echarle un buen réspice. Barbarita II y su hermana tenían delante a Moreno, que en los primeros momentos de aquella situación, decía de dientes para adentro: «Creo que si no estuviera presente la polla, le diría algo.

Ahora todo el mundo se mete afirmó Lola. ¡Ay... yo no! Qué ridiculez, ¿eh, Sobrado? Yo no entiendo de eso. ¿No tiene usted opiniones, polla? No... es decir, no me gustan los alborotos; ¡cuando hay trifulca el teatro está tan soso!... Ni queda humor para vestirse y salir. Vamos, usted debe tener sus preferencias.... ¿Será usted carlista? ¡Ay, no!... ¡La Inquisición me da un miedo!... dijo riendo.

Ocurrióseme una vez tratar de las muchachas más lindas de Villaverde. Tía Carmen se prestó a la conversación, y estuvo ese día de muy buen humor. En ocasiones como aquella, se complacía en charlar como una polla y en agotar el frívolo y gastado tema de noviazgos y bodas. No dejamos de nombrar a ninguna de las niñas casaderas. ¡Ninguna fué del agrado de mi tía.

¿Yo?... ¿que le explique yo?... repuso la fundadora con cierto aturdimiento . Hay en el corazón misterios muy grandes, y en lo que toca a la simpatía, misterios de misterios... ¡Pobre mujer! Y si viera usted qué guapa era cuando polla. Se crió en casa de mis padres. ¡Lástima de chica! Su perfil elegante, la mirada, la expresión, eran de lo poco que se ve.

Mire usted: nos darán en primer lugar mantel y servilletas puercos, vasos puercos, platos puercos y mozos puercos; sacarán las cucharas del bolsillo, donde están con las puntas de los cigarros; nos darán luego una sopa que llaman de hierbas, y que no podría acertar a tener nombre más alusivo; estofado de vaca a la italiana, que es cosa nueva; ternera mechada, que es cosa de todos los días; vino de la fuente; aceitunas magulladas; frito de sesos y manos de carnero, hechos aquéllos y éstas a fuerza de pan; una polla que se dejaron otros ayer, y unos postres que nos dejaremos nosotros para mañana.

-No es menester tanto -respondió Sancho-, que con un par de pollos que nos asen tendremos lo suficiente, porque mi señor es delicado y come poco, y yo no soy tragantón en demasía. Respondióle el huésped que no tenía pollos, porque los milanos los tenían asolados. -Pues mande el señor huésped -dijo Sancho- asar una polla que sea tierna.

Vamos, mujer, esposa mía, a ver esas alimañas dijo Augusto en tono de paciencia . Desde que me casé contigo me traes sobre un pie. Eras tan amable de polla, ahora de casada tan regañona y exigente... Vamos, vamos, y me pondré un tigre en cada dedo... ¿Qué más? Se te antoja una jirafa. ¡Isidora, Isidorilla!». Ambos se detuvieron mirándose entre risas.

¿Polla? ¡Mi padre! -respondió el huésped-. En verdad en verdad que envié ayer a la ciudad a vender más de cincuenta; pero, fuera de pollas, pida vuestra merced lo que quisiere. -Desa manera -dijo Sancho-, no faltará ternera o cabrito. -En casa, por ahora -respondió el huésped-, no lo hay, porque se ha acabado; pero la semana que viene lo habrá de sobra.

Barbarita I se adelantó, diciendo: «Extravagante, coge del brazo a la polla, y paséate un momento de aquí a mi gabinete, y de mi gabinete aquí. ¿Te sientes mal? Eso no es más que nervios. Distráete un poquito. Bárbara, anda». Moreno le dio el brazo a Barbarita II, y empezaron los paseos.