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Los reunidos salieron de la cabaña, y Hullin, en presencia de todo el mundo, nombró a Labarbe, a Jerónimo y a Piorette, jefes de los puertos; luego ordenó a los naturales de las orillas del Sarre que se congregasen lo más pronto posible cerca de la finca de «El Encinar» llevando hachas, picos y fusiles. Saldremos a las dos les dijo Juan Claudio , y acamparemos en el Donon, enmedio del camino.

Unas treinta casitas, con tejados de madera cubiertos de obscuras siemprevivas, se alinean a lo largo del Sarre; de ellas se ven los mojinetes llenos de yedra y de madreselvas marchitas pues ya se acerca el invierno , las colmenas cerradas con haces de paja, los jardinillos, las empalizadas y los setos que separan unas viviendas de otras.

En fin, puesto que todo está en regla, bebamos una copa de rikevir. ¿Qué dice usted de esto, Catalina? Los del Sarre pueden llegar de un momento a otro, y no tenemos un minuto que perder. Tiene usted razón, Juan Claudio respondió la anciana labradora tristemente . Anita, baja a la cueva y trae tres botellas de la despensa. La criada se marchó corriendo.

El contrabandista no pudo reprimir su inquietud y llamó aparte a Hullin. Mira le dijo esa fila de chacós que se desliza a lo largo del Sarre y, por este lado, los que suben por el valle saltando como liebres: son kaiserlicks, ¿no es verdad? ¿Y qué crees que van a hacer, Juan Claudio? Van a rodear la montaña. Eso está bien claro. ¿Y cuánta gente habrá ahí? Tres o cuatro mil hombres.

Cuanto Hullin ordenó llevose a cabo; los desfiladeros de la Aduana y del Sarre se fortificaron con solidez; el de Blanru, que se hallaba a un extremo de la posición, fue puesto en condiciones de defensa por el propio Juan Claudio y los trescientos hombres que constituían su fuerza principal.

Diles que habrá pólvora y balas; que nos hallamos metidos en el asunto Catalina Lefèvre, yo, Marcos Divès, y todas las personas decentes de la comarca. Quédate tranquilo, Marcos; yo conozco a la gente. Entonces, hasta pronto. Los dos amigos se estrecharon fuertemente las manos. El contrabandista tomó el sendero de la derecha, hacia el Donon; Hullin, el sendero de la izquierda, hacia el Sarre.

Luego, Divès, volviéndose hacia la tropa de reserva, compuesta de cincuenta rudos montañeses, y señalando la meseta con el sable, les dijo: ¿Veis aquello, muchachos? Nuestro tiene que ser. Los de Dagsburgo no podrán decir que tienen más valor que los del Sarre. ¡Adelante! Y la tropa, enardecida, se puso en marcha, flanqueando el barranco. Hullin, muy pálido, gritó: ¡A la bayoneta!

En aquel tiempo se cazaban los toros bravos en medio de los bosques, se pescaba el salmón en el Sarre, y vosotros, hombres rubios, enterrados en la nieve durante seis meses del año, vivíais de la leche y del queso, porque teníais grandes rebaños en el Hengst, el Schneeberg, el Grosmann, el Donon. En verano cazabais y trabajabais hasta el Rin, en el Mosela y el Mosa; recuerdo todo eso

Hullin, el doctor Lorquin y Luisa se habían marchado con los del Sarre. Catalina Lefèvre dirigía en persona la operación de cargar la galera, tirada por cuatro caballos, de pan, carne y aguardiente. Todo era ir y venir, correr y ayudar a hacer los preparativos. Robin no pudo contar a nadie lo que había presenciado.

Lo que Yégof decía nosotros lo veíamos, Juan Claudio... El loco parecía no fijarse en nosotros y miraba las figuras de la chimenea con la boca abierta; pero, después de un momento, al bajar la cabeza y vernos a todos atentos, comenzó a reír, con risa de loco, gritando: «Y en ese tiempo, vosotros creíais ser los señores del país, ¡oh hombres rubios, de ojos azules y blancas carnes, alimentados de leche y de queso, que no bebíais sangre mas que en otoño, en la época de la caza mayor!; os creíais los dueños del llano y de la montaña, cuando nosotros, los hombres rojos de ojos verdes, que venían del mar...; nosotros, que bebíamos siempre sangre y que sólo amábamos la guerra, llegamos una buena mañana, con nuestras hachas y venablos, remontando la cuenca del Sarre a la sombra de los viejos robles... ¡Ah!