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De este modo, aprovecharemos las ocasiones favorables para apoderarnos de los convoyes de los alemanes y para hostilizar sus reservas; y si la fortuna ayuda, como es de esperar, a nuestros ejércitos y estos kaiserlicks son derrotados en Lorena, les cortaremos la retirada.

¡Oh!, semejante idea no se me ocurrirá nunca; pero, sin embargo... ¡A usted no le desagradará saber que tengo mis papeles en regla! No puedo engañarle, papá Juan Claudio; usted está en su derecho; ¡el que falta al llamamiento cuando los kaiserlicks están en Francia merece que le fusilen! Pero no tenga cuidado, aquí está mi permiso. Hullin, que no sentía una falsa delicadeza, leyó: *

Ya puede imaginarse cuál sería el estupor de los kaiserlicks ante aquel diluvio de escombros y piedras.

Los montañeses que formaban la partida le siguieron con la mirada. Sus largos cabellos rojos y rizados, sus enjutas y prolongadas piernas, sus anchos hombros, sus movimientos ligeros y rápidos, todo revelaba que, en caso de ocurrir un encuentro, cinco o seis kaiserlicks no saldrían bien parados de semejantes hombres. Al cabo de un cuarto de hora, rodearon el monte de abetos y desaparecieron.

El valiente contrabandista no había tenido suerte: después de haber escapado milagrosamente a las balas de los kaiserlicks había dado con sus huesos en el valle de Spartzprod, en medio de una partida de cosacos que le habían desvalijado hasta el forro de los bolsillos.

El contrabandista no pudo reprimir su inquietud y llamó aparte a Hullin. Mira le dijo esa fila de chacós que se desliza a lo largo del Sarre y, por este lado, los que suben por el valle saltando como liebres: son kaiserlicks, ¿no es verdad? ¿Y qué crees que van a hacer, Juan Claudio? Van a rodear la montaña. Eso está bien claro. ¿Y cuánta gente habrá ahí? Tres o cuatro mil hombres.

Buenos días, Catalina contestó grave y solemnemente el jefe del puerto de Grosmann . ¿Viene usted del Donon? ... Aquello va mal, amigo Jerónimo. Los kaiserlicks atacaban la granja cuando abandonamos la meseta. No se veían mas que uniformes blancos por todas partes, y ya comenzaban a franquear las defensas. Entonces ¿cree usted que Hullin se verá obligado a abandonar el camino?

Todo el mundo toma parte en el alzamiento, y yo soy el general en jefe. ¡Perfectamente, perfectamente! ¡Con mil demonios! ¡Que esos granujas de kaiserlicks no caigan sobre nosotros sin llevar su merecido, me parece muy bien! ¡Bah! Deme uste el cuchillo.

Eran las cuatro de la tarde; la noche se acercaba. La última bala cayó en la calle de Grand-Fontaine y, rebotando en la esquina del abrevadero, derribó la chimenea de El Buey Rojo. Cerca de seiscientos hombres perecieron aquel día. No fueron pocos los montañeses muertos; pero los kaiserlicks fueron muchos más.

Los kaiserlicks son los amos... Han matado a Zimmer esta noche... Hexe-Baizel, ¿está arriba? respondió Brenn ; está haciendo cartuchos. Todavía pueden servir dijo Marcos . Tened mucho cuidado, y si alguno sube, hacedle fuego.