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Empezamos a tratar la cuestión de convento. Yo quería entrar en las Agustinas de Lancia, pero él me dijo que conocía un convento de Carmelitas en Astudillo que era el que me convenía. Era un convento que no tenía más que diez o doce monjas, muy tranquilo, muy apartado, un verdadero rinconcito del cielo, como él decía. Se ofreció a acompañarme.

El fuego chisporroteaba alegremente; la cena humeaba; una vieja servidora narraba después la historia de alguna doncella encantada, y yo quedaba dulcemente dormido sobre el regazo de mi madre. La Arcadia ya no existe. Huyó la dicha y la inocencia de aquel valle. ¡Tan lejano! ¡Tan escondido rinconcito mío! Y sin embargo, te vieron algunos hombres sedientos de riqueza.

La señora me cogió por la mano, y al cruzar frente a Patón, que se había puesto más tieso, sacaba más el hocico y parpadeaba con rapidez, le dijo: «¿Eres el que elige mis invitadosMe atrincheré, acurrucado en un rinconcito, debajo de una palmera, y como se suele decir, no perdí ripio de cuanto ante tenía. La reunión estaba ya completa.

Obligada a ayudar a mi marido, a cuidar de la hacienda, a pensar en los pormenores de la casa como las demás mujeres que trabajan y luchan, no hubiera quizá llegado adonde llegué.... Yo necesitaba un marido afectuoso, dulce, un hombre de talento que supiese dirigirme.... Hoy mismo, mamá, acostumbrada como estoy al lujo y a la vida de sociedad, me retiraría con gusto de ella, me iría a vivir a un rinconcito alegre, allá en el campo, lejos de Madrid.

Buscó la joven un rinconcito donde colocarle, en uno de aquellos muebles rotos, y allí escondido le visitaba todos los días y le contaba en plática muda y tierna sus dolores solitarios. Aquella mañana fué a verle y le pareció que él también estaba más afligido que nunca. Después se asomó a contemplar la torre grave y maciza de Luzmela, la torre amiga de su corazón.

Por detrás de las colinas, en segundo término, alzaban su frente altísimas montañas de piedra blanca; más allá de éstas alzábanse otras aún más altas; después otras más altas todavía, y así sucesivamente una serie indefinida de peñascos, apoyándose los unos sobre los otros, cual si se empinasen para echar una ojeada a aquel rinconcito fresco y deleitoso.

Al ver un rinconcito en que la nieve había cuajado en más abundancia, circundado de alto seto de rosal donde los árboles dejaban pasar por entre sus brazos, delgados hilos de luz, la generala se detuvo sorprendida y cautiva; un pensamiento extravagante cruzó por su cabeza y una sonrisa entreabrió sus labios.

»Excuso decir a usted que en este rinconcito de Villavieja es donde mejor ha caído la noticia de la próxima venida de usted, no porque afirme que ha caído mal en otras partes, sino porque de la cordialidad con que le quiere a usted y a cuanto le pertenece este bonísimo sujeto, respondo con el pellejo, y no me atrevo a tanto con los demás.

En el mundo, señor don Alejandro, aquí, en este rinconcito de Villavieja, hay muchos ojos ¡caray! y muchas lenguas; no todos los ojos ven las cosas por una misma cara, ni todas las lenguas explican de un mismo modo lo que los ojos ven.

Había allí cierto rinconcito junto a la ventana... maderajes esculpidos... A fuera, la yedra trepaba... y el sol brillaba a través del follaje verde... Muy atrayente... Sobre la mesa, un ovillo de lana en una concha de marfil; a un lado, un diario ilustrado y un pedazo de torta cercenada... Muy atrayente, les digo... Nos sentamos, pues, y una criada trajo cigarros.