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¡Oh! déjele venir exclamó Antoñita, aunque no sea más que para hacerse cargo del recibimiento que le hago y convencerse de que es muy difícil el tratar de desanimarle cuando persiste en sus visitas. ¿De veras? dijo Amaury. Juzgará usted mismo. ¿Cuándo? Desde mañana, el conde de Mengis y su esposa quieren consagrar a su pobre reclusa las tertulias de los martes, jueves y sábados.

¡Y los días de fiesta, pues! los jóvenes van a bailar casi bajo sus muros, y no negaréis que, para una pobre reclusa, es un gran placer oír el restallido embriagador de las castañuelas bajo los ágiles dedos de los andaluces... y ver los movimientos lentos y tranquilos del bolero... al majo perseguir a su maja que le huye y le evita... después se aproxima a él y le arroja un extremo de su corbata que él besa con transporte, y se envuelve una mano, mientras que con la otra hace resonar sus castañuelas de marfil.

Parecía llorar. «Mauricia le dijo en tono lacrimoso la monja, con aquella buena fe que en ella equivalía a la gracia divina . Porque hayas sido muy mala no vayas a creerte que Dios te niega su perdón». Oyose un gran bramido, y la reclusa mostró su cara inundada de llanto. Dijo algunas palabras ininteligibles y estropajosas, a las que Sor Facunda y compañía no sacaron ninguna sustancia.

La reclusa entra en ella, cierra cuidadosamente la puerta, y ya está en su casa. ¡En su casa! ¿comprendéis esta palabra? cuatro paredes desnudas, pero blancas; un crucifijo de ébano encima de una mesita de nogal cubierta de flores; una reja que da sobre la verde pradera; una cama estrecha, sobre la cual se puede soñar.

Estos disparates recalentaban de tal modo el cerebro de la reclusa, que despierta seguía imaginando desvaríos del mismo si no de mayor calibre. Cortaban estas cavilaciones las visitas de Maximiliano todos los jueves y domingos, entre las cuatro y seis de la tarde.

No conozco a miss Maud Watkinson dijo María Teresa, tratando de encubrir bajo un aire de gran indiferencia la sorpresa que le causaban las palabras de Diana. Hace cuatro meses que vivo reclusa... Pero dime, a propósito de esto, ¿la Condesa de Husson no acaba de estar muy enferma en Valremont adonde había ido a pasar unos días?

El día señalado estaba ya muy próximo, y si el pensamiento de la reclusa no se había familiarizado aún de una manera terminante con la nueva vida que la esperaba, no tenía duda de que le convenía casarse, comprendiendo que no debemos aspirar a lo mejor, sino aceptar el bien posible que en los sabios lotes de la Providencia nos toca.

Ya podéis ver dijo la reina después de que el inquisidor general la estuvo mirando frente á frente algunos segundos, que ni por mi traje, ni por mi semblante, soy la pobre esposa medio viuda, la reina reclusa y humillada; soy la desposada que se viste de fiesta para esperar á su esposo... porque espero á su majestad; ya no hay traidores que impidan al rey llegar hasta la reina... las puertas de mi cámara están francas para su majestad; anoche empezó ese milagro; anoche el rey fué mi esposo.

Estaba la Superiora hablando con Sor Antonia en la puerta de una celda, cuando llegó muy apurada una reclusa, diciendo: «Le he mandado que venga y no quiere venir. Me ha querido pegar. ¡Si no echo a correr...! Después cogió un montón de aquella basura y me lo tiró. Mire usted...». La recogida enseñó a las madres su hombro manchado de mantillo.

La madre Catalina fué condenada á estar reclusa seis años en un convento ú hospital, á rezar todos los días de su vida el rosario, á confesar con quien la Inquisición le señalase y á ayunar todos los viernes, ordenándose también «que se cogiera por edictos públicos cualesquiera cosa de su persona ó vestidos que se hallan dado por reliquias ó cualquier retrato suyo y todos sus escritos de molde ó de mano