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En la buena sociedad nadie osa ya hablar de la seguidilla, del fandango y del bolero, y en vez de esto se solazan con bailes franceses, walses, etc., que, comparados con aquéllos, se asemejan á danzas de osos.

Agitad, agitad vuestras castañuelas, jóvenes, porque la cachucha reemplaza al bolero. ¡La cachucha! ¡he aquí una verdadera danza andaluza, una danza ardiente y animada, vertiginosa y lasciva! Id... id... rodead con vuestro brazo amoroso la cintura de vuestra amante, y arrastradla rápidos y estremecidos al son del instrumento sonoro.

Decía el cura Fernández, que conoció y trató á D. Fadrique, y de quien sabía muchas de estas cosas mi amigo D. Juan Fresco, que D. Fadrique refería con amor la anécdota del bolero, y que lloraba de ternura filial y reía al mismo tiempo, diciendo mi padre era un vándalo, cuando se acordaba de él, dándole de latigazos, y retraía á su memoria á las damas aterradas, sin dejar una de ellas de tocar la guitarra, y á él mismo bailando el bolero mejor que nunca.

Pero la misma idea de la elegancia aristocrática del traje le infundió un sentimiento algo exagerado del decoro y compostura que debía tener quien le llevaba puesto. Por desgracia, en la primera visita que hizo Don Diego á una hidalga viuda, que tenía dos hijas doncellas, se habló del niño Fadrique y de lo crecido que estaba, y del talento que tenía para bailar el bolero.

Era peritísima y agilísima para ayudar a cualquier mujer en los más duros trances de Lucina, y muchas se confiaban y se entregaban a ella, porque jamás se le había desgraciado ninguna criatura, y porque la madre como no fuese muy enclenque, a los seis o siete días de salir de su cuidado estaba ya en pie, y a menudo iba a misa, y si se presentaba la ocasión bailaba el bolero.

La chacha Victoria hacía estos arreglos y traspasos. Ya hemos hablado de la casaca y de la chupa encarnadas, que vinieron á ser memorables por el lance del bolero; pero mucho antes había heredado D. Fadrique una capa, que se hizo más famosa, y que había servido sucesivamente á D. Diego y á D. José. La capa era blanca, y cuando cayó en poder de D. Fadrique recibió el nombre de la capa-paloma.

Bien, bien dijo D. Diego. ¡Por vida del diablo! ¿Te he hecho mal, hijo mío? No, padre dijo D. Fadrique. Está visto: yo necesitaba hoy de doble acompañamiento para bailar. Hombre, disimula. ¿Por qué eres tonto? ¿Qué repugnancia podías tener, si la casaca te va que ni pintada, y el bolero clásico y de buena escuela es un baile muy señor? Estas damas me perdonarán. ¿No es verdad?

Ya se bastardea con lo que toma y remeda de las danzas francesas é italianas, ya se corrompe y se impurifica con esto que no por qué llaman flamenco. Yo recuerdo todavía con retrospectiva admiración á cierto bailador llamado Ruiz, y á su gallarda, bella, modosa y noble hija Conchita. ¡Qué majestad, qué decoro, qué distinción y qué gracia cuando ambos bailaban juntos el bolero!

El Bolero, que se diferencia de los anteriores por la mayor viveza de sus movimientos, de cuya particularidad viene su nombre, debió inventarse hacia el año de 1780 por D. Sebastián Cerezo, celebérrimo bailarín de aquel tiempo. Añádanse también á éstos La Jota aragonesa, que se baila por tres personas; Las Sevillanas; Las Manchegas, especie de bolero; El Chairo, etc.

En tal caso, no está muy conforme con la verdad todo aquello de que el viejo rabadán no puede ya con sus huesos, ni baila, ni corre, ni guerrea, ni es capaz de cazar lobos como el zagal. Con mi medio siglo encima, me apuesto á todo con el tal D. Carlitos. Todavía, si me pongo á bailar el bolero, estoy seguro de que he de bailarle mejor que cuando mi padre me hizo que le bailara á latigazos.