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Yo soy algo vivo de genio. Así terminó el lance del bolero. Aquel día bailó otras cuatro veces D. Fadrique en otras tantas visitas, á la más leve insinuación de su padre.

Además, príncipe, los extranjeros que vienen a España, tienen la preocupación de contar entre los goces que se proponen disfrutar, esto es, el buen clima, los toros, las naranjas y el bolero, las conquistas amorosas; y muchas veces se llevan chasco. ¡Cuántas quejas he oído yo de los que entraron como Césares y salieron como Daríos! Entre tanto, el barón se había acercado a las mesas y veía jugar.

Veía una contrariedad monstruosa, algo de lo que llaman ahora una antinomia, entre el bolero y la casaca. Es de advertir que en aquel día D. Fadrique llevaba casaca por primera vez: estrenaba la prenda, si puede calificarse de estreno el aprovechamiento del arreglo ó refundición de un vestido, usado primero por el padre y después por el mayorazgo, á quien se le había quedado estrecho y corto.

Lope de Vega se queja, en La Dorotea, de que hayan caído en tal desuso bailes antiguos, como La Gibadina y La Alemanda, que ya en su tiempo no se conocían bien; y dos siglos después hace lo mismo otro celoso defensor de las costumbres nacionales españolas contra los afrancesados, respecto de La Zarabanda, La Chacona, El Escarramán, El Zorongo y otros de este jaez . No nos es posible dar hoy una descripción acabada de estos bailes, de que tanto hablan los antiguos escritores españoles; pero por lo que puede rastrearse de sus indicaciones aisladas, se asemejaban en lo esencial al tipo común, de donde salieron La Jota, El Bolero, El Fandango y otros de la misma especie, más ó menos licenciosos.

En esta parte merecen especial mención los esfuerzos ilustrados de dos músicos de talento, á saber: de Carnicer y Masarnau, los cuales han compuesto para el bolero, la tirana, el polo, etc., nuevas y características melodías, que dentro de poco serán sin duda populares. EDAD DE ORO DEL TEATRO ESPA

Veíale, de pronto, inclinar su cabeza sobre el pecho, el arpa escaparse de sus manos, y su rostro inundarse de lágrimas, que procuraba ocultar con una sonrisa; luego, para desechar su melancolía, ejecutaba algún bolero o alguna graciosa barcarola. »Nada igualaba a la bondad de su corazón, pero encontraba en su carácter contradicciones que me sorprendían y que no podía explicarme.

Porque nuestro Jerez y nuestro Málaga, con su color amarillo sombrío, me parecen tan tristes como el canto de una dueña; mientras que el color rosado y riente de este champaña me llenan el alma de alegría. ¡Dios de verdad! Es como si oyese a mi Juana rasguear en mi guitarra un vivo bolero. Por mi fe; viva el vino de Francia repuso dejando tan vivamente el vaso sobre la mesa, que lo rompió.

En poco tiempo se extendieron las seguidillas desde la Mancha, su patria, por todas las provincias españolas. El Fandango, El Bolero, La Tirana, El Polo y otros bailes más sonados en los últimos tiempos que la seguidilla, son modificaciones ligeras de ésta, y tan parecidas á ella, que es necesario tener una vista muy ejercitada para distinguirlos.

La señorita de la guitarra paró un instante la música; pero D. Diego la miró de modo tan terrible, que ella tuvo miedo de que la hiciese tocar como quería hacer bailar á su hijo, y siguió tocando el bolero. Don Fadrique, después de recibir ocho ó diez latigazos, bailó lo mejor que supo.

Casi todos eran de tabernas, pero tabernas de las afueras, que a la vez servían de figones y merenderos. «Vinos, por Fulano.» Y aquí el nombre del dueño del establecimiento, como si fuesen los taberneros quienes los fabricaban. En una casucha de tablas, llamó su atención otro rótulo: «Taberna de Agustín, alias el Bolero.