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Actualizado: 14 de junio de 2025


Y en mi tiempo continuaba, las niñas no hablaban sino cuando se les dirigía la palabra. Entonces ¿usted no hablaba cuando joven, tía? Cuando me hacían alguna pregunta y nada más. ¿Y todas las niñas se os asemejaban, tía? , por cierto, sobrina. ¡Qué época horrible! suspiraba yo, levantando los ojos al cielo.

Aquellas admirables guedejas sueltas la asemejaban a esas imágenes del dolor que acompañan a los epitafios. Feijoo hizo un mohín como de persona mayor que quiere dominar una debilidad pueril, y le dijo: «Pero no, no me avergüenzo de que se me salte una lágrima. Yo juro por Dios, en quien siempre he creído, que el cariño paternal es lo que me la hace derramar.

El sol reflejaba desde Oriente sobre los gigantescos edificios y sobre las cien puertas enormes de la ciudad, que eran de bronce dorado. El resplandor que despedían deslumbraba los ojos. El Eufrates y el Tígris, serpenteando y heridos también por los rayos del sol que rielaba en sus ondas, se asemejaban a dos cintas de oro en fusión que formaban un lazo.

»Contestando a estas preguntas enumerábamos las perfecciones que exigiríamos en la persona objeto de nuestro amor y pudimos comprobar que se asemejaban mucho. » Ante todo decía yo, querría conocer a fondo a la persona elegida y saber de memoria todas las circunstancias de su existencia. » Yo también repuso Magdalena.

Miraba curiosamente, á partir de este instante, á todos los transeúntes, y á veces apresuraba el paso para examinar á algunos que se le asemejaban por la espalda. Una tarde creyó reconocerlo en un carruaje de alquiler cuyo caballo marchaba á vivo trote por la avenida del Prado; pero cuando quiso seguirle, el vehículo había desaparecido en una calle inmediata.

Entre los remolinos de aquella muchedumbre y los mil cambiantes de luces de todos colores y reflejos, que asemejaban el bulevar al fantástico escenario de un baile de hadas, Jacobo sólo veía un pensamiento, un plan cuyas primeras líneas se le torcían a cada instante, empujadas por ideas opuestas, por inconvenientes inesperados, por temores fundadísimos que le hacían titubear, gimiendo de dolor como un niño caprichoso a quien quitan de las manos una golosina, rugiendo de rabia como un león encadenado a quien arrancan de las garras su presa; que esto era para él la idea de devolver aquellos documentos, de no quedarse con ellos utilizándolos en provecho propio, y siendo actor principalísimo en vez de mero instrumento... Mas ¿cómo responder entonces a la reclamación del terrible propietario? ¿Cómo evitar la sospecha de aquel robo, hecha a un ladrón sin duda, pero al fin y al cabo robo? ¿Cómo prevenir la venganza terrible e inevitable que había de seguirse al descubrimiento?...

Y es lo peor para él, que mientras más mundo se descubre más el mundo se empequeñece. Leopardi no cabe en el mundo. Los tripulantes de la nave de Morsamor, de la nueva Argo, ya que con tal nombre había sido confirmada, se asemejaban más a Doña Mayor que al poeta. Todos hallaban y no sin motivo, que el mundo era mayor de lo que habían imaginado.

Ese acariciador contacto de un brazo femenino, esas delicadas atenciones que tanto se asemejaban a la ternura y se parecían a la indulgencia con que se trata de consolar a un niño, acrecieron todavía en Delaberge su interno sufrir: «No soy para ella nada pensaba; me acaricia lo mismo que se hace con un anciano...»

Si los niños la rodeaban, como acontecía á veces, Perla se volvía realmente terrible en su cólera infantil, cogiendo piedras para arrojarlas á aquellos, acompañando la acción con gritos y exclamaciones incoherentes y penetrantes que hacían temblar á su madre, porque se asemejaban á los acentos de una maldición que pronunciara una hechicera en algún idioma desconocido.

Por fin, vestida de amarillento brocado que los toques de plata y las rojizas labores asemejaban a una tela de casulla, el cabello rizado con primor por debajo de la toca de plumas y terciopelo, levantada por el corcho de los chapines, enjoyada como una Milagrosa, aliñada, abullonada, crujiente, comenzó a pasearse por la habitación, mirando, por encima de su hombro, las cenefas de la nacarada basquiña y la pompa del faldellín.

Palabra del Dia

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