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¿Te acuerdas, hermano le preguntó la marquesa sonriéndose , cuando cantábamos el zorongo y el trípoli? ¿Qué cosas son zorongo y trípoli? preguntó el barón a Rafael. Son respondió los progenitores del sereni, de la cachucha, y abuelos de la jaca de terciopelo, del vito y de otras canciones del día.

Todos se gritan, se silban, se apostrofan y gesticulan como enemigos encarnizados. Este arroja á la plaza su sombrero en un rapto de entusiasmo, y otro hace remolinear en el viento su cachucha, mientras que los adversarios del ídolo le lanzan cortezas de naranja y vituperios intrascribibles....

Cachucha bajó con ligereza del caballejo y corrió hacia la casa por donde había desaparecido el perro, agitando el sable en el aire con nerviosa mano y exclamando con toda la fuerza de sus pulmones: ¡Compañeros, salvemos a nuestro padre, salvemos a nuestra providencia! =El indulto= Don Salvador Bueno era el vecino más respetable, más sabio, más caritativo y más rico del pueblo.

Vamos, Cachucha, dijo el abuelo, observando las pacíficas manifestaciones del perro envaina ese sable que amenaza nuestras cabezas. El perro no está rabioso: son otros los síntomas que presentan esos pobres animales cuando se hallan atacados de esa terrible enfermedad. Verás lo que tiene.

Pero como todas las cosas deben tener un nombre, nosotros le pondremos uno y desde hoy a este perro se le llamará Fortuna, pues fortuna y no poca ha sido la suya refugiándose en esta casa, y encontrar al que le ha librado del terrible sable de Cachucha. =Los secuestradores= Cuatro días después, el perro Fortuna estaba desconocido.

Cachucha iba delante con su enorme sable desenvainado y haciéndole girar de un modo vertiginoso por encima de su cabeza. Al penetrar aquella turba en el jardín, todos gritaban a un tiempo como si se hubieran ensayado: ¡Está rabioso, está rabioso!... ¡Matadle, matadle!...

Cachucha entró precipitadamente en el pabellón seguido de un ejército de hombres, mujeres y niños. El perro, con ese delicado instinto propio de su raza, se acercó un poco más al niño, tendiéndose a sus pies, seguro de que había encontrado un buen defensor para librarse de aquella horda de vándalos que pedía su muerte. Señorito, no toque Vd. a ese perro, que está rabioso, exclamó Cachucha.

La gente, lanzando gritos de guerra y exterminio, le iba estrechando por ambas partes de la calle. La situación del perro forastero era verdaderamente angustiosa, las piedras llovían sobre él dando muchas veces en el blanco, y el enorme sable del cuadrillero Cachucha centelleaba herido por los rayos del sol, amenazándole de muerte.

¡Si me querían mucho...! Ayer me tuvieron toda la noche bailando el bolero y la cachucha, en medio de un corrillo donde había más de cuarenta oficiales. Asunción y Presentación seguían esperando con ansia la ocasión de reír; pero ésta no llegaba, y consultando el rostro de su madre, veíanle cada vez más borrascoso. Las dos estaban muertas de miedo.

No se sabe qué es; pero uno ve con respeto, y como con cariño, a aquellos hombres de delantal y cachucha que sacan con la pala larga de un horno a otro el metal hirviente; tienen cara de gente buena, aquellos hombres de cachucha: ya no es piedra el metal, como era cuando lo trajo el carretón, sino que lo que era piedra se ha hecho barro y ceniza con el calor del horno, y el metal está en la caldera, hirviendo con un ruido que parece susurro, como cuando se tiende la espuma por la playa, o sopla un aire de mañana en las hojas del bosque.