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Los rusos tienen tres baterías; una en la falda de Mittelbronn, otra en Las Barracas de lo alto, y la tercera detrás del tejar de Pernette, cerca del abrevadero; pero las balas candentes son las que hacen más daño, porque queman las casas de arriba abajo, y cuando el incendio se declara en alguna parte, comienzan a caer obuses a su alrededor, que impiden a las gentes extinguirlo.

Una lluvia de proyectiles caía incesantemente sobre ellos. Había que vivir debajo de la tierra como topos, y aun así, les alcanzaba el estallido de los grandes obuses. En esta lengua de tierra frente á Troya, por la que se había deslizado la historia remota de la humanidad, las palas, al abrir las trincheras, tropezaban con los más raros hallazgos.

Vió con el pensamiento dos anillos tricolores, iguales á los redondeles que colorean los mantos volantes de las mariposas. Se explicaba la inquietud de los alemanes. El avión francés se había inmovilizado unos instantes sobre el castillo, no prestando atención á las burbujas blancas que estallaban debajo y en torno de él. En vano los cañones de las posiciones inmediatas le enviaban sus obuses.

Basta decir que Mâcón ha sido tomado a mitad de la noche, que yo desperté a las dos de la madrugada entre el espantoso estruendo de los cañones, obuses y fusilería, vivísimo en todas las calles, y los más siniestros gritos de desesperación y de dolor. Nos creíamos todos perdidos.

Era dueño de buque, y temieron perder su cooperación cuando escaseaban tanto los medios de transporte. Además, el Mare nostrum, por su velocidad, merecía ser empleado aparte, en servicios extraordinarios y rápidos. Quedó en Marsella unas semanas esperando un cargamento de obuses, y callejeó como siempre por la capital mediterránea. Las tardes las pasaba en la terraza de un café de la Cannebière.

Trinidad 140 cañones: 32 de a 36, 34 de a 24, 36 de a 12, 18 de a 30, y 10 obuses de a 24. El Príncipe de Asturias 118, el Santa Ana120, el Rayo 100, el Nepomuceno, el San... ¿Quién le mete a usted aquí, Sr. Marcial chilló Doña Francisca , ni qué nos importa si tienen cincuenta u ochenta

La guerra se mostró á los ojos de Desnoyers con toda su cruel fealdad. Había hablado de ella hasta entonces como hablamos de la muerte en plena salud, sabiendo que existe y que es horrible, pero viéndola tan lejos... ¡tan lejos! que no infunde una verdadera emoción. Las explosiones de los obuses acompañaban su brutalidad destructora con una burla feroz, desfigurando grotescamente el cuerpo humano.

La había encontrado en la calle dando el brazo á su esposo, que ya estaba restablecido de sus heridas. El ilustre Lacour contaba satisfecho la reconciliación del matrimonio. El ingeniero sólo había perdido un ojo. Ahora estaba al frente de su fábrica, requisada por el gobierno para la fabricación de obuses. Era capitán y ostentaba dos condecoraciones.

La siega de la muerte no había sido por gavillas: todo un campo quedaba liso con solo un golpe de hoz. Y como si las baterías de enfrente adivinasen la catástrofe, redoblaron por su parte el fuego, enviando una lluvia de obuses. Caían por todos lados. Más allá del castillo, en el fondo del parque, se abrían cráteres en la arboleda que vomitaban troncos enteros.

Son los soldados de la Revolución decía entusiasmado el senador ; Francia ha vuelto á 1792. Pasaron la noche en un pueblo medio arruinado, donde se había establecido la comandancia de una división. Los dos capitanes se despidieron. Otros se encargarían de guiarles en la mañana siguiente. Se habían alojado en el «Hotel de la Sirena», edificio viejo, con la fachada roída por los obuses.