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Al modo de aquel que, corriendo, choca contra un árbol, el presidente se detuvo, aturdido; buscó con la mirada entre los testigos a la mujer que le había contestado tan rotundamente, y todas las mujeres se le antojaron iguales, lo que le impidió orientarse. Entonces examinó la lista de testigos. ¡Pelagueia Vasilievna Karaulova! ¿Quiere usted prestar juramento? preguntó otra vez. No.

Dio varias vueltas por la casa, sin apartar el pensamiento y las miradas de los tabiques que separaban su cuarto del inmediato, y los tales tabiques se le antojaron transparentes, como delgadas gasas, que permitían ver todo lo que de la otra parte pasaba. Andando de puntillas por los pasillos y por la sala, percibió rumor de voces.

Vislumbraba á lo lejos la negra hendidura, pero, al lado de la entrada, en el extremo del monte, advertí también extrañas formas que se me antojaron gigantes formados. Eran altas columnas de arcilla, coronadas por grandes piedras redondas que desde lejos parecían cabezas.

Temblaba yo al apearme del caballo; estaba yo rojo como una guindilla, y las miradas de cuantos en aquel instante me veían se me antojaron hostiles y burlonas, particularmente las de cierto mancebo muy gallardo que conversaba con otros empleados a la puerta del «rayador». Mirábame de pies a cabeza, con cierta insistencia insolente y tenaz, como sorprendido de mi ridículo aspecto de colegial convertido en jinete.

Y no dio más lumbres la rondeña, ni tampoco la cara una sola vez, por más que se la buscaba don Alejandro con gran empeño en cada pregunta que la hacía. Con todos estos misterios, se le aguzaron las aprensiones. Se encerró en su cuarto y se dio a cavilar sobre ellas. Peor. Hasta los granitos de arena se le antojaron montañas. La intranquilidad le consumía.

¿Bardas de corral se te antojaron aquéllas, Sancho -dijo don Quijote-, adonde o por donde viste aquella jamás bastantemente alabada gentileza y hermosura? No debían de ser sino galerías o corredores, o lonjas, o como las llaman, de ricos y reales palacios. -Todo pudo ser -respondió Sancho-, pero a bardas me parecieron, si no es que soy falto de memoria.

Al siguiente, hizo el viaje en balde: procuró distraerse mirando y remirando a cuantas pasaban; mas en vano. Acaso no faltasen en el paseo mujeres guapas y elegantes, pero todas se le antojaron cursis o feas. La de bonitos pies, tenía el cuerpo atalegado; la de cintura esbelta, era antipática de rostro; la bien vestida, horrible; la hermosa, iba hecha un adefesio. ¿Sería cosa providencial?

Y si este parapeto servía para ofender a los que intentaran socavar los cimientos de la torre, la disposición de su ferrada puerta, como usted ve, no al medio, sino a un costado de esta fachada de Occidente, hace creer que se flanqueaba la entrada por medio de un balcón saliente, de piedra con matacanes o saeteras, situado en el centro y a la altura del primer piso, donde ahora se ve esa ventana cuadrada, mal acomodada al arco de salida que interiormente se conserva, y no hay en los otros dos frentes, provistos de ventanas ojivas o treboladas, mientras el del Norte sólo tiene las saeteras o aspilleras de todos... Vea usted sobre la puerta un pequeño escudo: acaso es el único que se conserva de los primitivos que se usaron, porque no tiene cimera o celada; y en la orla de dos ríos, toscamente diseñados, se ven armas y trofeos militares, aún más confusos, que algunos han tomado por letras desconocidas, y a otros se les antojaron cabezas de serpientes, cuando eran ellos los que no conocían las catapultas, escorpiones y bodoques usados como máquinas ofensivas antes de la invención de la pólvora, ni la caldera y pendón, insignia de los ricos-hombres o caudillos de mesnada.

La fisgona de doña Petra, hermana de don Feliciano Gómez, que pasaba por la Rúa Nueva al tiempo de apearse doña Paula y sus hijos, pudo observar que el criado sacaba del coche una porción de paquetes, que se le antojaron piezas de tela. Bastó para que todo Sarrió supiese que en casa de don Rosendo se trabajaba ya en el equipo de la hija mayor. Doña Paula, con tal motivo, tuvo una sofocación.

Únicamente se le advirtió más seria a la hora de comer. Después, habiéndose suscitado una conversación propicia, expresó algunos conceptos acerca de la holgazanería, de la presunción y la ligereza que a Mario se le antojaron alusivos. Tal vez no serían: no había motivo fundado para suponerlo, pues su suegra le había dado repetidas pruebas de afecto y consideración.