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Actualizado: 28 de junio de 2025


Si mis impresiones son equivocadas, al ménos tienen la cualidad de ser sinceras. Al norte está la ciudad antigua, aunque muy embellecida y renovada; al sur la nueva, con su hermoso paseo del Prado. Del otro lado, al poniente, hácia la llanura, parten los otros dos ferrocarriles.

No se cansaba Julián de admirar la noble seriedad de Nucha cuando una chanza atrevida o una palabra malsonante hería sus oídos; la dignidad natural, que era como su propia envoltura, escudo impalpable que la resguardaba hasta contra las osadías del pensamiento; la bondad con que agradecía la atención más leve, pagándola con frases compuestas, pero sinceras; la serenidad de toda su persona, semejante al caer de una tarde apacibilísima.

Y entretanto las cartas amantísimas de su madre eran contestadas de tarde en tarde y en breves líneas, y las cartas apasionadas y sinceras de su novia muchas veces las leía Ramona antes que él y las de sus amigos no merecían en muchos casos más que una mirada de burla o de encono...

Pero sea de lo dicho lo que se quiera, relativamente eres noble y me basta, aunque mi clara nobleza preceda a la tuya en dos mil años lo menos. Te hablo con franqueza y desecho adulaciones y galanterías. Así darás mayor crédito a mis alabanzas sinceras. Garuda, por caprichosa y feliz inspiración mía, te llevó unos versos que distaba yo mucho de imaginar que pudiesen caer en tan hermosas manos.

Poco a poco fue dibujándose en su rostro un gesto de inexpresable amargura, luego dobló la cabeza sobre el pecho, y enseguida, enderezando a Dios el pensamiento, dijo mentalmente de este modo, no con palabras aprendidas de memoria, sino con aquellas espontáneas y sinceras razones que, inspiradas en verdadera piedad, no pueden menos de llegar a dónde van dirigidas: «¡Un día más... y un día menos!

Sin embargo, a medida que la amistad y confianza con su esposa crecían, la antipatía del Duque parecía desvanecerse. Sus atenciones con el esposo eran cada vez mayores, y en apariencia, más sinceras. Como supiese que Gonzalo era excesivamente aficionado a la caza, le hizo el obsequio de una magnífica escopeta que a él le había regalado el czar de Rusia.

Sólo se entendía que cantaba a «la mare», la madre de Dios, y al frasear esta palabra, su voz adquiría temblores de emoción, con esa sensibilidad de la poesía popular, que encuentra sus más sinceras inspiraciones en el amor maternal.

Las manifestaciones de su apasionamiento juntamente extremosas y sinceras, convencieron a don Juan de una verdad terrible: la de que aquella mujer se había dejado poseer materialmente porque estaba enamorada con toda su alma: rindió primero el albedrío y luego como derivación ineludible hizo entrega de su hermosura. La cosa no podía ser más grave.

Harías mal en no estimarlas sinceras... Además, no necesito yo decirte lo mucho que vales. Eso lo sabe todo el mundo. Gracias, gracias. ¿Te has cansado de jugar? Me duelen un poco las muelas. Sácatelas. ¿Todas? Las que te duelan, hijo. ¡Ave María! ¡Con qué indiferencia lo dices! ¿A ti no te importaría nada, por supuesto? Yo siento siempre los males del prójimo. ¡El prójimo! ¡Qué horror!

A la abierta actitud de los primeros días, habían sucedido timideces, cortedad, largas y profundas miradas, prolongados silencios, ensueños, mal humor constante; era visible que se buscaban, y que al mismo tiempo temían encontrarse; era visible que en sus más insignificantes palabras había algo de tierno y de vibrante; no ignoraba la de Aymaret que sus conversaciones personales, directas, eran muy raras, y que aun parecían querer evitarlas en lo posible, de lo que venía a deducir, con harta razón la vizcondesa, que procuraban ponerse en guardia contra la tentación de las efusiones, de los recuerdos, de las mutuas ternuras; no los creía culpables, y les hacía justicia, pero, un contacto tan íntimo y tan familiar entre ellos, ¿no podría ser prueba demasiado fuerte que al fin diera al traste con sus resoluciones por firmes y sinceras que fuesen? ¿No se encontraban de nuevo en presencia el uno del otro exactamente como en otros tiempos, al lado de la señora de Montauron? ¿No podrían despertar paulatinamente y con el mismo ardor que en pasada época esos íntimos sentimientos, haciendo aún más sensible la ya grande antipatía de Beatriz por su marido?

Palabra del Dia

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