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Además que no ha cantado nada malsonante, sino una canción de las que cantan las gentes finas, en la que dice que una joven llamada Atala... ¿Qué pamplinas va usted a contarme, don Modesto? dijo Rosita indignada . ¡Si no sabré yo lo que dice el Año Cristiano de Atila, que fue un rey de los bárbaros que invadieron a Roma, y de quien triunfó la elocuencia de San León el Magno, Papa a la sazón!

Al día siguiente recibió Isidora una carta de Joaquín incluyéndole algunos billetes de Banco, y pidiéndole perdones mil por el caso del día anterior. Decíale que si alguna palabra áspera y malsonante salió de sus labios al despedirla, la tuviese por dicha en son de broma o por no dicha. Finalmente, le pedía permiso para verla de nuevo en casa de Relimpio.

Temeroso el alcalde de que produjese esta vista una impresión análoga en el patriotismo de los habitantes, se propuso despertar en su corazón este noble sentimiento, por otro medio más eficaz y poderoso. El nombre de CALLE REAL ofendía sus orejas representativas. Quiso patriotizarlo, y publicó un bando para que aquel nombre malsonante se cambiase en el de CALLE DE LOS HIJOS DE PADILLA.

Maximiliano estaba encantado, y no atreviéndose a desplegar los labios, daba su asentimiento con una sonrisa, sin quitar los extáticos ojos de aquel semblante que le parecía angelical. Y cuanto ella dijo lo oyó como si fuera una sarta de conceptos ingeniosísimos. «¡Si es un ángel!... No ha dicho ni una palabra malsonante... ¡Y qué metal de voz!

Por San Juan dejó de trabajar. Una noche fue a pedir dinero a su hermana, y como esta no quisiese dárselo, se enfureció, trabáronse de palabras, asustose ella, renegaron uno de otro, él le dijo algún vocablo malsonante, lloró Isidora, intervino con más celo que autoridad don José, y, por fin, el chico salió de la casa gruñendo así: «No me quieres dar nada. Pues me lo dará Gaitica...».

No se cansaba Julián de admirar la noble seriedad de Nucha cuando una chanza atrevida o una palabra malsonante hería sus oídos; la dignidad natural, que era como su propia envoltura, escudo impalpable que la resguardaba hasta contra las osadías del pensamiento; la bondad con que agradecía la atención más leve, pagándola con frases compuestas, pero sinceras; la serenidad de toda su persona, semejante al caer de una tarde apacibilísima.