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Actualizado: 11 de julio de 2025


Y daba sus órdenes al través de las mellas de la dentadura, con la misma voz ronca y canallesca con que jaleaba el baile de sus niñas en los tablados. Avanzaba la compañía marcando el paso cadencioso y lento al compás del redoblante.

Las tejas tenían un color azul encantado, y algunas ventanas, en plena claridad, suspendían en lo alto, barruntos de amor y de aventura. Loco bullicio de guitarras y laúdes subía de todos los barrios en el sosegado ambiente de la noche. Al cruzar una esquina oyeron hacia la izquierda ruido de cuchilladas y luego una voz ronca que gritó fuertemente: «¡Confesión! ¡Confesión

El cura, que estaba espantosamente lívido, dijo con voz ronca: «Podemos empezar,» y al instante arremetió con Marroquín, dándole una granizada de puñetazos que, por precipitados y descompuestos, no consiguieron aturdir al hirsuto profesor, el cual echando dos pasos atrás, y alzando la mano, asestó al cura, en medio de la cara, tan tremenda bofetada, que medio le volcó, y si no hubiera sido por la mesa, en que tropezó, le hubiera volcado por entero.

Para llegar á la Catedral me condujo la casualidad por la plaza del Mercado, y la impresion que me causó oir el detestable aleman que en dicho punto se habla, no podré describirla; solo recuerdo perfectamente que es tan áspero y gutural como la música mas destemplada y ronca.

El empleadillo tímido de ademanes recobraba su gallardía de hombre de combate. Su voz sonó ronca al seguir hablando. El iba adonde le llamaban, adonde quería ir, sin reconocer á nadie el derecho de mezclarse en sus actos. Era la duquesa la única que podía cerrarle la puerta de su casa. ¿Por qué intervenía el príncipe en los asuntos de aquella señora sin consultar antes su voluntad?

Apoyó su mano en la frente, como si quisiese fijar sus ideas, y con voz débil y ronca dijo: ¡Marina! entró entonces no Marina, sino otra mujer, trayendo una bebida que había estado preparando. La enferma la miró. ¡Yo conozco esa cara! dijo con sorpresa. Puede ser, hermana respondió la que había entrado, con mucha dulzura . Nosotras vamos a las casas de los pobres como a las de los ricos.

Si hemos sido esclavos hasta ahora de otro pueblo que no vale lo que el nuestro, ya hemos roto nuestras cadenas. ¡Salid a los balcones, bellas peñascas! ¡Salid a los balcones y arrojad flores sobre nuestros ilustres huéspedes! ¡Salid! ¡Salid!» D. Juan Casanova había ganado mucho en emoción, en calor, durante esta tirada. La voz salía temblorosa, ronca.

Sigamos, sigamos dijo el confesor del rey con voz ronca . Le casé, y al pedirle su nombre, me dijo: don Juan Téllez Girón. Como que lo sabía... como que abrió el cofre y dentro encontró papeles, y una carta del duque de Osuna, en la que le llamaba su hijo, y un tesoro en joyas y en buenos doblones de oro, que es lo que queda únicamente en el cofre, porque los papeles y las joyas se las llevó.

Ya adivinará usted á lo que vengo... Felicia la miró con intensa atención sin despegar los labios. Vengo por Demetria... ¿Dónde está? Felicia se puso todavía más pálida. Arriba está dijo con voz apenas perceptible. Repentinamente se había quedado ronca. Llámela usted. Demetria, baja quiso gritar la pobre mujer. Pero su voz salió tan débil que apenas pudo llegar arriba.

Por la tarde, cuando por primera vez había venido la esposa infiel a la casa, no lo había hecho. D. Álvaro no pronunció una palabra. Cogió con mano convulsa por un brazo al sacerdote y le hizo entrar en su gabinete. Luego cerró con cuidado la puerta. ¿A qué viene esa mujer? preguntó haciendo inútiles esfuerzos por aparecer sosegado. La voz salía de su garganta débil y ronca.

Palabra del Dia

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