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Actualizado: 11 de julio de 2025


Quintanar ronca; yo escribo.... Pie atrás. Esto no iba bien. Había algo de ironía; la ironía siempre tiene algo de bilis.... Los amargos abren el apetito... pero más vale tenerlo sin necesitarlos. A otra cosa. Llueve todavía. No importa. Todo el diluvio no me arrancaría hoy un gesto de impaciencia. La ventana está cerrada, los regueros del agua resbalando por el cristal me borran el paisaje.

Su acento había perdido la aspereza iracunda de por la mañana, aunque estaba más ronca y tenía tonos de dolor y de miseria, implorando caridad. La fiera estaba domada.

Llegó, pues, a la procesión, y paró a Rocinante, que ya llevaba deseo de quietarse un poco, y, con turbada y ronca voz, dijo: -Vosotros, que, quizá por no ser buenos, os encubrís los rostros, atended y escuchad lo que deciros quiero.

Lo vio Mesía que adoraba este gesto de la Regenta, y sin poder contenerse, fuera de su plan, natura naturans, exclamó: ¡Qué monísima! ¡qué monísima! Pero lo dijo con voz ronca, sin conciencia de que hablaba, muy bajo, sin alarde de atrevimiento. Fue una fuga de pasión, que por lo mismo importaba más que una flor insípida, y no era una desfachatez.

Sacóle de sus meditaciones la ronca voz del capitán, que dominando el tumulto de los elementos, le gritó: Mal gesto tenéis, señor caballero, y no me extraña, que yo mismo con haber navegado desde la infancia, no recuerdo haber visto nunca promesa tan segura de una tempestad deshecha. Mal día y peor noche nos esperan.

Sin hacer el menor caso de aquellas voces, el músico seguía pulsando las cuerdas, fija la mirada en el ahumado techo, como tratando de recordar la letra de su canto. Luégo entonó con ronca voz una de las canciones más obscenas de la época, con visible aprobación de la mayoría de sus oyentes.

Durante unos minutos hubo una lucha silenciosa y conmovedora entre los dos hombres que defendían su libertad y su vida y los que trataban de quitárselas. ¡Alto, la lancha, en nombre de la ley! ¡Alto! dijo la voz ronca y furiosa del vigilante. ¡Adelante! respondió con firmeza la voz de Marenval.

Cuando uno cae herido, lo llevan al hospital y allí se está tres ó cuatro meses como un canónigo, tomando buenos caldos y platicando con algún compañero, mientras los demás andan con la lengua fuera de aquí para allá, unas veces comiendo mal y otras veces sin comer, al sol cuando lo hace y al agua cuando cae... También tienen sus raticos buenos, no vaya usted á creerse; cuando uno va á atacar una trinchera, pongo por caso, y suena la corneta en medio del silencio, y se descargan los primeros tiros, y se huele el humo de la pólvora, y sin verlo, porque el humo lo tapa, se escucha la voz ronca del oficial que grita: «Adelante, muchachos»; y se sube, se sube hasta encaramarse sobre la trinchera, salpicados de sangre, entre los quejidos de los que caen, los gritos de los que suben y el choque de las bayonetas, aunque parezca mentira, siente uno unas cosquillas que corren por todo el cuerpo y le hacen gozar... Hay momentos que no se cambiarían por muchos años de buena vida, señorita...

Mientras tanto, iba acercándose la noche; sus tonos grises se extendían por los atrincheramientos y por el abismo, envolviendo en el misterio aquellas horribles escenas. La gente iba y venía entre los despojos de la batalla sin reconocerse. Materne, después de haber secado la bayoneta, llamó a sus hijos con voz ronca. ¡Eh! ¡Kasper! ¡Frantz!

Y mentía profundamente. Bueno, me alegro... Dejemos esto. Hasta mañana. ¿Cuándo quieres que volvamos allá? ¡Nunca! Se acabó. Vi que verdadera angustia le dilataba los ojos. ¿No quieres ir más? me dijo con voz ronca y extraña. No, nunca más. Como quieras, mejor... No estás enojado, ¿verdad? ¡Oh, no seas criatura! me reí. Y estaba verdaderamente irritado contra Vezzera, contra ...

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