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Vienen luego los diablos, y fingiéndose ser el uno el alma del difunto, consuela á la mujer con palabras tiernas y afectuosas, dándole esperanzas de que en breve se volverán á ver en el Paraíso; luego el Mapono rocía el alma con agua para limpiarla de las manchas de los pecados, como usamos nosotros con el agua bendita; y con eso se despide el alma de su madre y mujer.

Martí supo conquistar gloria: y cuando la conquistó, no la puso a precio en mercadería, ni se puso a vivir de ella en ocio cobarde, sino que se consagró a sembrar con sus manos, la buena semilla republicana entre sus compatriotas emigrados.... Así, cuando días después de este hermoso hecho, fue invitado por el Presidente del Club «Ignacio Agramonte» de Tampa la ciudad levantada a puro esfuerzo por los cubanos proscriptos para que tomara participación en una fiesta político-literaria que dicho Club había de celebrar, él respondió aceptando; y vencidas algunas dificultades, el 25 de noviembre de 1891, a la una de la madrugada, bajo una lluvia tenaz, arribó jubiloso a la estación, henchida de cabezas, de aquel pueblo de hombres libres que lo amaba ya sin conocerlo y que fue, por el sino misterioso de las cosas, cuna de la gloriosa revolución del 95 que sacó a la vida libre nuestra nacionalidad. A la siguiente noche, día 26, Martí dejó oír su palabra sedosa y centelleante en aquel Liceo histórico, que yo añoro ahora entristecido, y me veo niño, llena el alma de ilusiones, escuchando exaltado al pie de la tribuna, los tiernísimos acentos de su voz incomparable. Lo que allí dijo Martí no hay frases que lo abarquen. «Por Cuba y para Cuba» tituló él su discurso, y por ella y para ella fue cuanto su palabra, a veces impetuosa, a veces desgarradora, expresó. Su discurso fue todo amor, todo esperanza, todo verdad. Señaló todos los males que podrían la tierra de sus amores, los escollos con que se había de tropezar y la manera de vencerlos. Habló de los egoístas y los miedosos y los críticos que siempre le salen al encuentro a toda obra cuando esta se halla en los sudores de la creación, y dijo: «¿Pero qué le hemos de hacer? ¡Sin los gusanos que fabrican la tierra no podrían hacerse palacios suntuosos! En la verdad hay que entrar con la camisa al codo como entra en la res el carnicero. Todo lo verdadero es santo, aunque no huela a clavellina. Todo tiene la entraña fea y sangrienta; es fango en las artesas, el oro puro en que el artista talla luego sus joyas maravillosas; de lo fétido de la vida, saca almíbar la fruta y colores la flor: nace el hombre del dolor y la tiniebla del seno maternal, y del alarido y el desgarramiento sublime; ¡y las fuerzas magníficas y corrientes de fuego que en el horno del sol se precipitan y confunden, no parecen de lejos, a los ojos humanos sino manchas!». Hablando de los peligros que podían hacer desfallecer y cejar al cubano en su afán de libertad, decía entre otras cosas: «¿O nos ha de echar atrás el miedo a las tribulaciones de la guerra, azuzado por gente impura que está a paga del Gobierno español, el miedo a andar descalzo, que es un modo de andar ya, muy común en Cuba, porque entre los ladrones y los que los ayudan, ya no tiene en Cuba zapatos más que los cómplices y los ladrones?». Los pechos todos vibraron de entusiasmo y de cariño al escucharlo, y el alma de todos, como una marejada, lo envolvió y llenó de una titánica alegría. ¡

Estaba tan rotoso, que daba lástima; por los agujeros del pantalón asomaba la carne de las piernas; no tenía chaleco, y la camisa, si camisa puede llamarse el retazo de lienzo color de chocolate que le cubría a medias el pecho, carecía de puños y de cuello o por lo menos, no se mostraban; la chaqueta estaba acribillada de manchas, y de los zapatos y el sombrero vale más no hablar.

Compréndese, sin embargo, que las diferencias entre ambas han de ser radicales. Si el drama inglés se propone la alabanza de Isabel, en el español predomina claramente la tendencia de acumular sobre la cabeza de la Reina hereje todas las manchas de su nacimiento ilegítimo.

Los farolillos del restorán trazaban manchas purpúreas sobre los manteles, viéndose en torno de ellas los rostros de los que comían, con violentos contrastes de luz y de sombra. De los cuartos cerrados se escapaban escandalosos ruidos de besos, persecuciones y caídas de muebles. ¡Vámonos! ordenó Freya. Le molestaba este estrépito de orgía vulgar, como si deshonrase la majestad de la noche.

Al borrar las manchas de sangre con el trapo mojado, dejó al descubierto dos orificios en el busto de don Jaime, uno en el pecho y otro en la espalda... Bueno: la bala le había atravesado el cuerpo; no habría que extraerla, y esto llevaban adelantado.

Comenzó a hacer apuntes, bocetos, manchas de color, y ya iba dando vida real a los pensamientos soñados en el delirio creador, cuando el deán cayó enfermo, sin llegar a ver nada de lo que el artista había hecho. Entonces Molina, para trabajar a gusto, decidió no recibir a nadie hasta tener las cuatro figuras acabadas: nadie había de verlas mientras no las viese el señor deán.

Aquellas monstruosas paredes eran blancas, pero estaban salpicadas por grandes manchas de musgo. ¡Qué atrocidad! ¡Qué altura tienen estas montañas, y qué cercanas están! ¡Si parece que se vienen encima! ¿Ve usted, señorita, aquel agujero que tiene la peña allá arriba? . Pues antes había allí un nido de buitres, y yo entré de chico una vez á cogerles los huevos. ¿Y por donde te encaramaste allá?

Esperaban allí los Grandes que habían de cubrirse y los que habían de apadrinarles, formando un brillante conjunto de vistosos y variados uniformes, entre los que se destacaban las negras manchas de alguno que otro frac de severo e irreprochable corte.

Aquel hermoso rostro, sembrado de pequeñas manchas, producía el efecto de que estuviese desfigurada por la viruela. Un viejo chal, ennegrecido por los cuidados del tintorero y al que la intemperie había dado un color rojizo, dejaba caer tristemente sus tres puntas cuyos flecos rozaban ligeramente la nieve de la acera.