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Actualizado: 27 de julio de 2025
Martí salió enseguida para Cayo Hueso, siendo acompañado en su viaje, desde Tampa, por representantes de los Clubs «Ignacio Agramonte», y «La Liga Patriótica». El 25 de diciembre llegó, mal de salud, al Cayo. No obstante, habló varias ocasiones, arrebatando al auditorio, hasta que ya, verdaderamente enfermo, le prohibieron los médicos que saliera de su habitación.
Martí recogió esa idea y redactó entonces, ese monumento de amor y de concordia que se llama: «Bases del Partido Revolucionario Cubano». De regreso de Cayo Hueso pasó por Tampa, siendo aprobadas en esta ciudad las referidas bases, siguiendo a New York, en donde lo esperaba un gran pesar: la carta denostadora que el General Enrique Collazo, por error o ceguedad del momento, le escribiera desde La Habana, y que firmaron con él, otras distinguidas personalidades de la revolución.
Cuando en compañía del que fue primer Presidente de nuestra República, ya constituida en definitiva y reconocida por todas las naciones, don Tomás Estrada Palma, en los últimos tiempos de la revolución, en la época en que en el puerto de la Habana voló el acorazado americano «Maine», hice yo un viaje a Tampa y Cayo Hueso, esto llamó profundamente mi atención.
Martí supo conquistar gloria: y cuando la conquistó, no la puso a precio en mercadería, ni se puso a vivir de ella en ocio cobarde, sino que se consagró a sembrar con sus manos, la buena semilla republicana entre sus compatriotas emigrados.... Así, cuando días después de este hermoso hecho, fue invitado por el Presidente del Club «Ignacio Agramonte» de Tampa la ciudad levantada a puro esfuerzo por los cubanos proscriptos para que tomara participación en una fiesta político-literaria que dicho Club había de celebrar, él respondió aceptando; y vencidas algunas dificultades, el 25 de noviembre de 1891, a la una de la madrugada, bajo una lluvia tenaz, arribó jubiloso a la estación, henchida de cabezas, de aquel pueblo de hombres libres que lo amaba ya sin conocerlo y que fue, por el sino misterioso de las cosas, cuna de la gloriosa revolución del 95 que sacó a la vida libre nuestra nacionalidad. A la siguiente noche, día 26, Martí dejó oír su palabra sedosa y centelleante en aquel Liceo histórico, que yo añoro ahora entristecido, y me veo niño, llena el alma de ilusiones, escuchando exaltado al pie de la tribuna, los tiernísimos acentos de su voz incomparable. Lo que allí dijo Martí no hay frases que lo abarquen. «Por Cuba y para Cuba» tituló él su discurso, y por ella y para ella fue cuanto su palabra, a veces impetuosa, a veces desgarradora, expresó. Su discurso fue todo amor, todo esperanza, todo verdad. Señaló todos los males que podrían la tierra de sus amores, los escollos con que se había de tropezar y la manera de vencerlos. Habló de los egoístas y los miedosos y los críticos que siempre le salen al encuentro a toda obra cuando esta se halla en los sudores de la creación, y dijo: «¿Pero qué le hemos de hacer? ¡Sin los gusanos que fabrican la tierra no podrían hacerse palacios suntuosos! En la verdad hay que entrar con la camisa al codo como entra en la res el carnicero. Todo lo verdadero es santo, aunque no huela a clavellina. Todo tiene la entraña fea y sangrienta; es fango en las artesas, el oro puro en que el artista talla luego sus joyas maravillosas; de lo fétido de la vida, saca almíbar la fruta y colores la flor: nace el hombre del dolor y la tiniebla del seno maternal, y del alarido y el desgarramiento sublime; ¡y las fuerzas magníficas y corrientes de fuego que en el horno del sol se precipitan y confunden, no parecen de lejos, a los ojos humanos sino manchas!». Hablando de los peligros que podían hacer desfallecer y cejar al cubano en su afán de libertad, decía entre otras cosas: «¿O nos ha de echar atrás el miedo a las tribulaciones de la guerra, azuzado por gente impura que está a paga del Gobierno español, el miedo a andar descalzo, que es un modo de andar ya, muy común en Cuba, porque entre los ladrones y los que los ayudan, ya no tiene en Cuba zapatos más que los cómplices y los ladrones?». Los pechos todos vibraron de entusiasmo y de cariño al escucharlo, y el alma de todos, como una marejada, lo envolvió y llenó de una titánica alegría. ¡
Palabra del Dia
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