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Actualizado: 20 de junio de 2025


Su pobre falda negra y sus gruesas botas estaban llenas de barro y gastadas por las caminatas, y comprendí, por la manera cómo despejó su frente y echó abajo la desordenada masa de sus cabellos, que le dolía la cabeza.

La historia sagrada estaba a cargo de una morena regordeta, de facciones finas, de expresión dulce, tímida y nerviosa. Apretaba con el cuerpo del vestido tempranos frutos naturales, como si fueran una vergüenza; y más que en su oración pensaba en que los muchachos que miraban desde abajo, podían verla las pantorrillas, que tapaba mal la falda, a pesar de los esfuerzos de la castidad instintiva.

Celinda apareció vestida con falda de amazona. Envió á su padre un beso con la punta del rebenque, y sin apoyarse en el estribo ni pedir ayuda á nadie, se colocó de un salto sobre el aparejo femenil, haciendo salir su caballo á todo galope hacia el río. No fué muy lejos.

A me es igual que os vayáis o que os quedéis le respondió aquella franca señorita, a la vez que buscaba algo con precipitación en el bolsillo. Y vos, ¿deseáis que me vaya? dijo Godfrey, mirando a Nancy, que estaba de pie junto a Priscila. Como gustéis dijo Nancy, tratando de recobrar toda su frialdad, bajando atentamente la vista hacia el ruedo de su falda.

Decíase que aquella montaña era tan alta, que el sol se ponía en su pico tres horas más tarde que en las llanuras de su falda, y que desde su altura se alcanzaban los mismos límites de la tierra. Los marinos que navegaban al pie de la gran montaña continuaron viendo en ella á un antiguo dios, hasta el día en que empezó otro ciclo de la historia con nuevo culto y nuevas divinidades.

Y ésta, con incesante esfuerzo, continúa su viaje hacia la llanura; se extendería por los campos de la falda del monte, llegada hasta el mar, si la suave temperatura de los valles inferiores, lo tibio de las brisas y los rayos del sol no consiguieran fundir la parte más baja de sus hielos. En su carrera, el río sólido se las arregla lo mismo que uno de aguas vivas.

Recién llegada Luz de su expedición de verano, se había hecho retratar a gusto de Ángel: de cuerpo entero y con un vestido de falda bien plegada, sin pabellones, frunces ni embutidos en ninguna parte; la caída natural de los paños, y el cuerpo ajustado y descubierto; la cabeza sin más adorno que una flor, y el pelo sin artificios piramidales, ni greñas de estúpido ganapán sobre la hermosa frente; la actitud sencilla y la mirada fija en él.

El volcán erupta su fuego sin importarle que los hombres hayan levantado un pueblo en su falda; ríos y mares se desbordan sin enterarse de que unos seres ínfimos han creado sus hormigueros en las arrugas que les sirven de vallas; la tierra, cuando desea temblar, no pide permiso a los parásitos que anidan en su epidermis... El dios ignora nuestra existencia: la humanidad sólo figura como los ceros en sus altas combinaciones aritméticas.

La vistieron con riquísimo traje de batista, la falda blanca y ligera como una nube, toda llena de encajes y rizos que la asemejaban á espuma. Pusiéronle los zapatos, blancos también y apenas ligeramente gastada la suela, señal de haber dado pocos pasos, y después tejieron, con sus admirables cabellos de color castaño obscuro, graciosas trenzas enlazadas con cintas azules.

Las manos de la afortunada madre alzaron hasta sus labios el borde de la falda de doña María, y de buena gana habría sepultado su ardiente cara en sus virginales pliegues, pero no se atrevió y se puso en pie. ¿Ese hombre conoce su intención? preguntó de repente la maestra. No; ni le interesa. Ni siquiera ha visto al niño para conocerlo. Vaya a verle en seguida, esta noche, ahora mismo.

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