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Si, por una gran casualidad, el sentenciado vive todavía, la fuerza pública, en vez de darle solemnemente todo género de excusas, en vez de reparar el daño moral y material que ha sufrido aquel hombre, confiándole un puesto honroso y lucrativo, le declara á regañadientes que está libre y le pone en la calle diciéndole, poco más ó menos: "Anda, buen mozo, y que no te dejes pescar otra vez..." ¡Oh, justicia! ¡Hermosa justicia! ¡Bien pagada, muy condecorada y grandemente honrada justicia! ¡Yo te admiro!

Iba ya el hidalgo a penetrar en sagrado, cuando se le interpuso el Inca Tupac-Amaru y lo tomó del cuello, diciéndole: ¡No vale la iglesia a tan pícaro como vos! ¡No vale la iglesia a un excomulgado por la Iglesia! Y volviendo el verdugo a apoderarse del sentenciado, dió pronto remate a su sangrienta misión.

¡Voto a tal -dijo un labrador que escuchó la sentencia de Sancho- que este señor ha hablado como un bendito y sentenciado como un canónigo! Pero a buen seguro que no ha de querer quitarse el gordo una onza de sus carnes, cuanto más seis arrobas.

-No historias -dijo don Quijote-, pero que es bueno ese juramento, en fee de que que es hombre de bien el señor barbero. -Cuando no lo fuera -dijo el cura-, yo le abono y salgo por él, que en este caso no hablará más que un mudo, so pena de pagar lo juzgado y sentenciado. -Y a vuestra merced, ¿quién le fía, señor cura? -dijo don Quijote.

Sentenciado en rebeldía Antonio Pérez, el Capitán general de Aragón, D. Alonso de Vargas, dió pregón en Zaragoza ofreciendo 6.000 ducados por su persona, según uso jurídico que hoy todavía practica la culta Inglaterra. La suma era más que suficiente para despertar la codicia de aquéllos que en cualquier época y ocasión, desde la de Judas, hallan buena la ganancia en mercadería de sangre ajena.

Nadie puede figurarse lo que tales insinuaciones influían en el respeto que generalmente se le tributaba: la aureola de revolucionario, conspirador, y singularmente la de sentenciado a muerte, le guardaban de las burlas, tretas y malas pasadas que de otra suerte no le hubieran sus discípulos escatimado.

Benedicta era tribunal y verdugo. Enrostró a Aquilino la villanía de su conducta, rechazó sus descargos y luego le dijo: ¡Estás sentenciado! Tienes un minuto para pensar en Dios. Y con mano segura hundió el acero en el corazón del hombre a quien tanto había amado... El pobre amanuense temblaba como la hoja del árbol. Había oído y visto todo por un agujero de la puerta.

¿Escuchó el Rey las súplicas? Si pudiera en algo darse crédito al mismo Pérez, Enrique tomó con grandísimo empeño su causa: los plenipotenciarios de Francia presentaron en Vervins la propuesta, respondiendo los de España, Richardot y Tassis, que Antonio Pérez no era emigrado político como el Duque de Aumale, sino fugitivo sentenciado por la Inquisición .

Abogado sin pleitos, más por la violencia é informalidad de su carácter, que por falta de talento; era gran terrorista, y su mayor afán era desempeñar el papel de acusador el día en que la Junta de salud pública decretara el exterminio de una gran porción de ciudadanos, empezando por el Rey. Fernando estaba ya sentenciado en los papeles de Pinilla, con otros menos dignos que él de la guillotina.

A un mes de convento y de ayuno y de penitencia me han sentenciado, a más de a la demanda del perdón del rapista, que ya he solicitado, y en cuyo acto de humildad, que la Santa Inquisición se ha dignado imponerme, he sufrido cuantas insolencias pueden decirse y son imaginables, de la boca del rapista.