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León era un revolucionario. Contábase que había sido en su juventud amigo y edecán de Riego, que había servido después bajo las órdenes de Espartero, y algunos añadían que había estado en capilla para ser fusilado como conspirador.

El padre de Lucas, el alcalde o cacique, Antolín Carrejo, va a la capital y trata de probar, y prueba, que Luciano era un tremendo conspirador, algo a modo de un Lucio Sergio Catilina, y que había sido muerto para que la república, la paz y el orden se salvasen.

Acaso no me enamoráis sino porque soy hija del favorito del rey. Mal haya la fama, que más que bienes da males. Sois gran conspirador. ¿Conspirador habéis dicho? pues conspiremos. ¿Y contra quién? Contra la abadesa vuestra prima. Conspirar, ¿y para qué? Para salir del atolladero. ¿De qué atolladero? De haberos metido vos aquí, y de haberme metido yo tras vos.

Un conspirador no puede tener consigo una niña sin madre. Le hablaron de colegios, pero los aborrecía. Tomó un aya, una española inglesa que en nada se parecía a la de Cervantes, pues no tenía encantos morales, y de los corporales, si de alguno disponía, hacía mal uso. Esto lo ignoraba don Carlos, que admitió el aya en calidad de católica liberal.

Nadie puede figurarse lo que tales insinuaciones influían en el respeto que generalmente se le tributaba: la aureola de revolucionario, conspirador, y singularmente la de sentenciado a muerte, le guardaban de las burlas, tretas y malas pasadas que de otra suerte no le hubieran sus discípulos escatimado.

Había tratado antes con alguna intimidad en Londres á este famoso conspirador y revolucionario, sin compartir sus ideas políticas, mereciendo de él la mayor consideración, como era de esperar de un personaje tan instruído y de pensamientos tan elevados, por cuyo motivo se regocijó sobremanera al saludarlo otra vez en Roma y merecer de él tan cordial acogida.

De buena gana se habría desprendido en aquel momento de los servicios de su secretario Rufete, cargado de listas, para estar solo con Monsalud y hablarle franca y descubiertamente, pues bien se conocía que el astuto conspirador había manifestado su idea de un modo harto enigmático.

Don Serafín Estébanez Calderón, político y conspirador, novelista, historiador y poeta, nació en Málaga en 1799, y murió en Madrid en 1867. Hizo célebre su seudónimo El Solitario, que usó desde 1831, dejando el que hasta entonces había usado de Safinio. Por la época en que escribió tuvo sus puntas de romántico, aunque nunca lo fuera de los más convencidos.

Era D. Rafael Seudoquis, exaltado patriota primero, después indefinido, luego conspirador perseguido y condenado a horca, pero indultado otra vez y admitido en el servicio por influencias de parientes poderosos. Después que satisfizo la curiosidad de los del café, dirigiose arriba, y al entrar en el hueco de la escalera llamole Aviraneta desde su escondrijo.

Pesimista estás dijo Aviraneta severamente. Luego se llevó el dedo a la boca con cierto aire solemne, y levantándose ordenó con una seña a sus dos amigos que le siguiesen, lo que hicieron de buen grado Rufete y Salvador, el uno por disciplina de conspirador y el otro por curiosidad.