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Y almibarada y ponderativa, tornó a regalar a Carmen con caricias y frases de gratitud. En seguida salió de la sala, no ya con su paso saltarín de todos los días, sino con una carrera liviana y veloz, una especie de trotecillo fantástico. Narcisa hizo también mutis, como en las comedias, por una puerta lateral, con su novela en la mano y en la sonrisa ática una despectiva expresión.

Y cuando el rey quiere regalar a un extranjero algo de mucho valor, manda hacer una caja de oro puro, sin liga de otro metal, con brillantes alrededor, y dentro pone, como una reliquia, recortes de pelo del elefante blanco.

Ella se estrechaba suspirante contra el pecho del mozo, y decía: Tengo sueño.... Con los labios sobre los cabellos enmarañados de la niña, le iba contando el médico un cuento de hadas. Duérmete y sueña, que yo te voy a regalar unas cosas muy bonitas.... Vestidos de seda, cadenas de oro, anillos y pendientes....

Pero de todos modos, había recobrado su tono de seguridad e importancia, y quiso regalar a sus convidados, con su voz ronca e imperiosa, con algunos de sus principios y sistemas favoritos.

En un siglo de metálico y de goces, en que todo parece encaminarse á no desarrollar las fuerzas del espíritu, sino en cuanto pueden servir á regalar el cuerpo, conviene que se renueven esas grandes cuestiones, en que el entendimiento divaga con amplísima libertad por espacios sin fin. Solo la inteligencia se examina á propia.

Es que á nunca se me ha ocurrido ni podía ocurrírseme... de ningún modo... regalar cabellos míos, como no fuese á mi marido. Es que te casarás, y será tu marido el hombre á quien vas á regalar este rizo. Permítame vuestra majestad dijo con seriedad doña Clara ; vuestra majestad puede disponer de mi vida, de mi alma, pero no de mi honra; yo no haré eso.

Sonrió el profesor al acordarse de sus preocupaciones pecuniarias algunos días antes, cuando intentaba ayudar á la alimentación del gentleman con sus modestos recursos. Como era un guerrero influyente, podía regalar hasta la saciedad á su adorado gigante distrayendo una parte mínima de los grandes depósitos de materias nutritivas requisadas por el gobierno para las necesidades del ejército.

Pues cátalo ahí exclamó triunfante el tío Merlín. ¿Á qué santo ese hombre nos ha de regalar un reló, sin más acá ni más allá? El concejo se quedó tamañito bajo tan contundente argumento. De manera dijo el alcalde, que nos convendrá decir á ese señor que se guarde el regalo para engatusar á otros tontos.... No, señor: «á la zorra candilazo», que dijo el otro replicó el tío Merlín.

Hasta tal punto parecía celoso el pintor de su dignidad que no podía hacerle el más corto obsequio sin que al día siguiente se viera regalada con otro de más precio. Sin embargo, con el tiempo fue cambiando este modo de ser, se dejó mimar y regalar sin protesta, comía casi a diario en casa de ella y aceptó por fin que Elena abonase los gastos de un viaje que hicieron por Francia y Alemania.

En una maleta, los periódicos ilustrados con sus biografías, los libros que había escrito y los retratos que debía regalar con dedicatorias; en otra, los artículos de la misa, guardados en estuches con forros de terciopelo, bien cuidados, desmontables y limpios, como útiles profesionales. Una cabeza avanzó junto a la de Maltrana, pegándose al vidrio, al mismo tiempo que un codo tocaba el suyo.