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Hasta el año 1411 habia cobrado el cabildo el diezmo de estas rentas percibiendo su importe en el arca de la Aduana de la ciudad. Teniasele tambien por señor de la renta de la almotaglasia y de las alcaicerías y tiendas del corral de la alhóndiga, por considerarse todas anejas al almojarifazgo.

Al llegar a la esquina, en la misma red de San Luis, se detuvo vacilante, miró a todas partes, y percibiendo otra vez al rubio mancebo le volvió la espalda con ostensible desprecio y comenzó a descender con más prisa por la calle de la Montera, donde su presencia causó entre los transeuntes la misma emoción.

Frotó repetidas veces la cara contra el lienzo, percibiendo un cosquilleo gratísimo que le penetraba hasta el alma. Gozaba con todo su cuerpo, como si mil bocas la estuviesen besando a un mismo tiempo. Se dejó estar un largo rato quieta, perdida en un sueño feliz, celeste, sacudida por leves estremecimientos de una dulzura tan grande que le hacía daño.

Ha visto que aquel amor y aquella piedad del pasado se parecían al afecto de una nodriza, que incapaz de vivir en otra parte, deseara siempre la eterna niñez, la eterna debilidad del niño, para ir percibiendo su sueldo y alimentarse á su costa; ha visto que no sólo no le nutre para que crezca, sino que le emponzoña para frustrar su crecimiento, y que á su más leve protesta ¡ella se convierte en furia!

A sus oídos llegaban, por boca de los criados, muchas frases lisonjeras, que merecían sus virtudes a los sacerdotes más venerables y a las almas más piadosas de la población, y percibiendo en ellas cierto sabor dulce, les prohibió que se las repitiesen.

María, que muy bien entendió la inteligencia del cantar, y que ni una mínima palabra de él dejó ir de su memoria, viendo las señas casi discretas del perro, recordando que por aquel mismo tiempo en que estaba debería tener nuevas de su ausente, percibiendo en aquel punto un papel entre sus manos, y, más que todo, sintiendo levantarse en su alma mil esperanzas de contento y gusto, no pudo resistirse de tomar aquel mensaje, y, lo que es más, de tomarle encubiertamente y sin dar sospecha a nadie.

Miró a todas partes en busca de algo, y, percibiendo el balcón entreabierto, se lanzó hacia él. Abrió. Vió correr entre los árboles una cosa blanca, el bulto de un hombre en mangas de camisa. No se descolgó. Saltó de un brinco al jardín, y corrió hacia él como una saeta. Mas el hombre ya llegaba a la puerta de hierro, la abría, desaparecía.

Esta casa servía de alojamiento a los antiguos criados de mi abuelo retirados del servicio, y a quienes sostenía la familia con pequeñas pensiones que continuaban percibiendo por algunos servicios que prestaban de cuando en cuando a sus viejos señores; especie de libertos romanos, que muchas familias tenían empeño en conservar.

Los palitroques de los jardinillos trazaban delgadas y negras rayas en él, semejando la proyección de grandes ventanas enrejadas. Allá lejos, enfrente, seguía percibiendo la figura del celoso enamorado, inmóvil, plantado sobre sus piernas abiertas, con las manos en los bolsillos. La de la sufrida doncella no se veía, pero se adivinaba.

Aplicó el oído á los ruidos de la tienda, y no percibiendo la voz de sus amigos se dijo: «Esos ya no vienen: se habrán ido al baile ó quedarían por ahí de juerga en cualquier montañés». Y rápidamente se echó sobre los hombros su capa torera, bajó al establecimiento, dió á toda prisa las órdenes necesarias y salió á la calle.