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Actualizado: 16 de mayo de 2025


La joven escuchábalas aturdida, embelesada, los ojos húmedos, las mejillas encendidas: gustaba con delicia aquella miel, percibiendo, no obstante, un dejo amargo en el fondo, por el vago presentimiento de las desgracias que la amenazaban. La tabernera les sirvió una fuente enorme de jamón con tomate. Todos la atacaron ardorosamente.

Nunca se daba por satisfecho del trabajo de las extremidades del buen caballero: «¡Plus! ¡plus! ¡Ancor plus saprísti!» Y el mísero don Rosendo se abría, se abría de un modo bárbaro, inconcebible, percibiendo la grata sensación de si le aserraran el redaño.

El tío Frasquito corrió primero a la puerta de entrada, a la de comunicación luego, y a la ventana por último, sin encontrar rastro alguno de incendio, con las narices abiertas, olfateando siempre y percibiendo, mientras más se movía de una parte a otra, el alarmante tufo más marcado.

No estés triste... Voy a inclinar mi frente, para que en ella escribas tu pregunta en un beso. Un silencio doliente responderá con vivas ternuras hechas verso. No estés triste... Yo callo porque quiero que , en la sinfonía del silencio sagrado, percibiendo el lijero temblor del alma mía, me sientas a tu lado.

Además, ¡cómo se sentía ella protegida al lado del héroe! ¡Qué impresión de orgullo y de seguridad cuando se abrazaba á él, percibiendo la fuerza almacenada en su vigoroso organismo!... Muchas veces, al marchar apoyada en su brazo, tocaba amorosamente el bíceps contraído. Era fuerte, pero no de un vigor extraordinario.

Isidro se aproximó más, pegando todo un lado de su cuerpo al de Feli, percibiendo la firmeza elástica de su carne, su tibia suavidad, al través del mantoncillo y la falda sutil.

Al principio se divirtió contemplando su propia imagen en un charco de agua; luego hizo pequeñas embarcaciones de corteza de abedul y las cargó de conchas marítimas, zozobrando la mayor parte; después se empeñó en tomar entre sus dedos la blanca espuma que dejaban las olas al retirarse, y la esparcía al viento; percibiendo luego una bandada de pajarillos ribereños, que revoloteaban á lo largo de la playa, la traviesa niña se llenó de pequeños guijarros el delantal, y deslizándose de roca en roca en persecución de estas avecillas, deplegó una destreza notable en apedrearlas.

Sorprendido y con el corazón lleno de amargura, se quedó Francisco un momento solo en la sala desnuda y vacía, escuchando el pesado andar y las risotadas de los campesinos que bajaban atropelladamente la escalera y percibiendo en medio de aquel ruido esas palabras dichas con burlona voz: «¡Muy bien! ¡Maltrecho y sin palabra, le ha dejado Simón a ese orgulloso parisiense

Al hacerlo sintió vergüenza y comenzó a darse alguna cuenta vaga de las emociones que embargaban su espíritu. Una hora larga esperó de aquel modo, percibiendo el rumor confuso de las voces, en el cual nada podía distinguir, ni siquiera cuál era la de su esposa y cuál la de la criada. Al cabo observó que salían del comedor.

Hecha esta pequeña explicación, se comprende que no hay preparación alguna para el espectáculo; á cinco pasos del borde solo se ve un bello paisaje y un raquítico río, con un puente de bongas y cañas; percibiendo el oído el ruido repercutido, que llega muy amortiguado al romper las ondas en las encadenadas rocas. Muchas veces he admirado la cascada, y siempre su espectáculo me parece nuevo.

Palabra del Dia

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