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Confuso y turbado D. Lope rompió la nema, y vió que así decía el papel: "Lo que anoche mismo os negaba, hoy os lo suplica encarecidamente María. No sólo me quieren apartar de vos, sino de esta mi tierra querida de España, llevándome a esas costas de Africa.

Pues toma dijo el del lecho esos tomines, e la Magdalena vos guíe. Allí rompió la nema y leyó esto que sigue: "Al follón, al ruin, al asendereado e más molido de todos los escuderos. "Vos vide fuir al cantar el gallo, e entendí el son del bataneo que vos ficieron en los lomos; abollados se os mantengan.

Hete pues que á media noche llaman á la puerta de Zadig, le despiertan, y le entregan una esquela de la reyna: dudando Zadig si es sueño, rompe el nema con trémula mano. ¡Qué pasmo no fué el suyo, ni quien puede pintar la consternacion y el horror que le sobrecogiéron, quando leyó las siguientes palabras! "Huid sin tardanza, ó van á quitaros la vida.

Una vez allí, solo y seguro de toda sorpresa y de toda impertinencia, sacó de su bolsillo una caja de tafilete, de ella unas antiparras montadas en plata, se las acomodó en las narices, acercó á las dos bujías, sacó la carta, rompió su nema, desdobló los tres grandes pliegos de que la carta constaba y los extendió delante de .

Don Egas fincaba en su lecho, repasando en la mañana los azares infaustos de su correría nocturna, cuando ante él apareció un muchacho vivo e agraciado que le entregó una epístola con nema negra, e le preguntó: ¿Niño, sois paje? ¡Oh que no, señor estafermo, digo enfermo! Soy el monaguillo del barrio, cual lo vedes por la hopa que visto; e llevo, e traigo, e torno, e pido.

Para no hay más que una mujer en el mundo. Contadme por vuestra amiga, por vuestra hermana dijo la joven tendiéndole la mano ; otra cosa es imposible. Pero abreviemos, que ya es tarde. Tomad esta carta y llevadla á quien dice en la nema. «Al confesor del rey, fray Luis de Aliaga. De palacio. En propia mano» leyó el joven. ¿Y en qué convento mora el confesor de su majestad?

Estas cartas, antes de romper la nema de sus sobrecitos perfumados, me producen una inquietud semejante á la que en la adolescencia nos causaban los billetitos amorosos; pero más alquitarada, más refinadamente egoísta. «Me admira pienso y como me admira, me quiere algo; que yo, en mis libros, desnudé mi alma, y «Ella» la encontró hermosa...»

Y ya que vuecencia quiere que se le diga todo, bueno será también que vuecencia sepa, que poco después entraba en el convento don Francisco de Quevedo. ¡Ah! ¡ah! ¿y en el convento, no en la iglesia? La señora condesa entró por la puerta de los locutorios, y por aquella misma puerta poco después don Francisco. El duque de Lerma escribió rápidamente una carta, la cerró, y escribió sobre la nema.

Una vez tomada esta resolución por la duquesa, su mano corrió con más rapidez sobre el papel: llenó las cuatro caras de la carta, que era de gran tamaño, con una letra gorda y desigual, en renglones corcovados; cerró la carta, la selló y puso sobre su nema: «A su excelencia el señor duque de Lerma, de la duquesa viuda de Gandía. En mano propia

De seguro la abadesa os ha dado una carta. Es verdad. Una carta para el duque de Lerma. Es verdad. Dadme esa carta. Pero tengo que llevarla á su excelencia. Dadme esa carta. Montiño la sacó del bolsillo interior de su ropilla, y la dió á Quevedo. Quevedo rompió la nema. ¿Pero qué hacéis? dijo Montiño. Esta carta, puesto que está en mi mano, es para . Y la leyó. Ya lo sabía yo dijo.