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Muchos de los que allí se reunían eran sus parientes, algunos habían parlado y chanceado con ella en los locutorios de la Encarnación y de San José; otros, más ancianos, la conocieron muchacha, con harto amor a las galas y a los olores y poniendo motes a los galanes.

Y yo desconfío del buen éxito de mi mensaje. Por lo mismo, quiero que usted asista a mi lado. ¿Y si yo resistiese? Resistiría yo. Pues bien: iremos. Dos días después estábamos en uno de los locutorios del convento de... el padre Ambrosio y yo. Colocado junto a la pared en que estaba la reja del locutorio, Amparo no podía verme.

Tanto os han visto, que ya lo sabe vuestro padre. ¿Y qué es lo que sabe? Leed, prima. Y la abadesa puso en el torno que tienen todos los locutorios la carta que acababa de recibir, y dió la vuelta al torno. La de Lemos tomó la carta y leyó. Era de su padre. En ella decía á la abadesa que habían visto meterse en el convento y en uno de los locutorios á su hija, y tras ella á Quevedo.

Cuando yo vi que las unas por el un santo y las otras por el otro trataban indecentemente de ellos, cogiéndola a mi monja, con título de rifárselos, cincuenta escudos de cosas de labor, medias de seda, bolsicos de ámbar y dulces, tomé mi camino para Sevilla, temiendo que si más aguardaba había de ver nacer mandrágoras en los locutorios.

Por lo mismo, y ya que en estos momentos tenéis á mi hija y á Quevedo en uno de los locutorios de ese convento, observad, ved lo que descubrís en cuanto á la amistad más ó menos estrecha en que puedan estar mi hija y Quevedo, porque lo temo todo, tanto más, cuanto peor marido para doña Catalina, y peor hombre para , se ha mostrado el conde de Lemos.

La carta del duque decía: «Mi buena y respetable sobrina: Personas que me sirven, acaban de decirme que han visto entrar á mi hija doña Catalina en vuestro convento y en uno de sus locutorios, y tras ella, en el mismo locutorio, á don Francisco de Quevedo. Esto no tendría nada de particular, si no hubiese ciertos antecedentes.

Y ya que vuecencia quiere que se le diga todo, bueno será también que vuecencia sepa, que poco después entraba en el convento don Francisco de Quevedo. ¡Ah! ¡ah! ¿y en el convento, no en la iglesia? La señora condesa entró por la puerta de los locutorios, y por aquella misma puerta poco después don Francisco. El duque de Lerma escribió rápidamente una carta, la cerró, y escribió sobre la nema.