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¡A rebencazos te voy a tapar la jeta! le dijo en voz baja Baldomero, como para evitar ser oído por los demás. ¡Cualquier día! respondió el paisano tomando disimuladamente un botellón que tenía delante. ¡Soltá eso!... ¡Si no estuviera con estos señores! repuso Baldomero en voz aún más baja. ¡Cuando quiera, no más!

Me dirijo al mulatillo de cara canalla que está fabricando un whysky-coktail y le pregunto con quién me entiendo para obtener cuarto. El infame zambo, sin quitarse el pucho de la jeta, me contesta, en inglés, a pesar de ser panameño, que arriba está la dueña y que con ella me entenderé.

Pepa Frías, que estaba entre Pepe Castro y Jiménez Arbós, le dijo al primero por lo bajo: ¿Qué le parece a usted de la jeta del marido de Lola? ¿verdad que para gaucho no es del todo mala? Castro sonrió con la superioridad que le caracterizaba. , debió de haber lazado muchas vacas en la pampa. Hasta que al fin una vaca le lazó a él. Pero no fué en la pampa.

Si consigo yo ponerte bueno, mi querida tía, alias la baronesa de Rothschild, no tendrá más remedio que hincar la jeta y darme lo que necesito». Vida nueva i Era Estupiñá, que miraba a los tales agujeritos del modo más autoritario. Tengo que hablarle. Yo no paso. Vengan los cuartos. No tengo ganas de conversación.

El chicuelo de la cascada había huido al ver los revólveres, con un trote de perro inquieto, refugiándose bajo el telón. Desde allí, cual si temiese por la integridad de aquellos bocales de dulces, que eran la fortuna de la familia, abarcándolos en sus brazos, avanzaba la jeta, mirándolo todo con ojos de antílope asustado. Pareció reflejar el paisaje la emoción general.

Ahora me dan todas las tardes un buen platao de comida en ca el señor banquero, que vive mismamente de cara a la entrada por la calle de las Huertas, y vivo como una canóniga, gozando de ver cómo se le afila la jeta a la Caporala cuando la muchacha del señor banquero me lleva mi gran cazolón de comestible... En fin: con esto y algo que cae, vivimos, Doña Benina, y puede una chincharse en las ricas.

Es claro: ahora toos han echao.... ¡Como yo no lo que sucede en estas ocasiones!... ¡Y luego le dirán á una que falta á la verdá!... Vamos, mujer, no te consumas, que ya sabemos lo que es contar dinero: á la más lista se le pega de los deos. Estos diez te voy á pegar en esa recancaneada jeta, ¡lambistona, embrolladora!... Á me pegarás de lengua.

Mañana nos vamos allá». Doña Lupe no iba a ver a Mauricia por pura caridad. Tiempo hacía que Guillermina la fascinaba, más por el señorío que por la virtud, y ya que la gran fundadora iba a hacer patente su santidad, teniendo por corte a las damas más encopetadas, en lugar accesible a doña Lupe, ¿por qué no había esta de intentar meter la jeta? Pues qué, ¿no era ella también dama?

Y a poco pasa un portero, y me dice con la mayor tranquilidad del mundo, que por la calle del Florín había tropa. «¿De veras? Visiones de usted. ¡Qué tropa ni qué niño muerto!». Yo me hacía de nuevas. Asomé la jeta por la puerta del reloj. «No me muevo de aquí pensé, mirando la mesa . Ahora veréis lo que es canela...». Estaban leyendo el resultado de la votación.

Aquella noche estaba Papitos de muy mal temple por la soba que se había llevado, y le tenía mucha tirria al señorito porque no se puso de su parte en la contienda, como otras veces. «Feo, tonto le dijo aguzando la jeta cuando le vio sentarse en la mesilla de pino de la cocina . Acusón, patoso... memo en polvo».