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Me paré, y con los brazos en alto, hablando a las arcadas del claustro, a los árboles, al aire silencioso y frío que me envolvía: ¡Ti-Chin-Fú bramé, Ti-Chin-Fú, para aplacarte hice todo lo que era racional, generoso y lógico! ¿Estás, en fin, satisfecho, letrado venerable, , tu papagayo gentil, y tu panza artificial? ¡Háblame! ¡Háblame!

No he leído los libros y papeles que usted lee, y como no le hable de los guisos que mi madre hace o de mis bordados y costuras, no de qué hablar a su merced. Hablame de lo que hablas a Antoñuelo cuando estás con él de palique. Yo no lo que es palique, ni si estoy o no estoy a veces de palique con Antoñuelo. Lo que es que yo no puedo decir a su merced las cosas que a él le digo.

«En resumidas cuentas le decía él , eres una inocentona. Pero, di, ¿no te gusta el lujo?». Cuando no estoy contigo, me gusta algo, no mucho. Nunca me he chiflado por los trapos. Pero cuando te tengo, lo mismo me da oro que cobre; seda y percal todo es lo mismo. Háblame con franqueza. ¿No necesitas nada?

Espera, hombre, que vas a romper el papel; trae acá, yo te prepararé el paquete. Lo envolvió todo muy bien, aseguró el lío con un cordón, y se lo entregó. Pero no te vayas todavía; no tengas cuidado, que nadie vendrá. Háblame, antes, de la tía Silda, ¿qué te ha dicho? ¿qué te dió de almorzar?

que eres rico, por lo que veo. La contestación del marqués fué una sonrisa enigmática. Luego, estas palabras parecieron despertar su tristeza. Háblame de tu vida continuó Robledo . has recibido noticias mías; yo, en cambio, he sabido muy poco de ti.

Y la cantante, enternecida por el recuerdo, contemplaba con ojos lacrimosos la ancha boina de terciopelo negro, un mechón de cabellos grises, dos plumas de acero gastadas y corroídas, todos los recuerdos del maestro, guardados piadosamente en una vitrina por Hans Keller. que le conociste, dime cómo vivía. Cuéntamelo todo: háblame del poeta... del héroe.

Háblame de El decía Leonora frotando su cabeza en el duro pecho del músico alemán, con el dulce abandono de la pasión saciada. ¡Cuánto daría por haberle conocido como !... Todavía le vi en Venecia: eran sus últimos días... estaba moribundo. Y evocaba aquel encuentro, uno de sus recuerdos más firmes y bien delineados.

¡Ya lo creo, divertidísimo!... Ver las caras tan cómicas de esa pobre gente cuando se les pone al pecho el puñal de la caridad. ¡La bolsa... o el ridículo!... Y entregan las pobrecillas la bolsa y se quedan también con el ridículo. ¿Me traerá usted otra tarde, condesa?... , hija mía, con mil amores... Pero no me llames de usted, háblame de , dime Curra... ¡Vamos, que no soy tan vieja!...

Don Víctor se tranquilizó. «Estaba acostumbrado al ataque de su querida esposa; padecía la infeliz, pero no era nada». No pienses en ello, que ya sabes que es lo mejor. , tienes razón; acércate, háblame, siéntate aquí. Don Víctor se sentó sobre la cama y depositó un beso paternal en la frente de su señora esposa. Ella le apretó la cabeza contra su pecho y derramó algunas lágrimas.

No bromees... Nada, tienen que ver con nosotros las conveniencias jerárquicas... Háblame ahora mismo de o voy a pedir albergue a la hospedería. Te obedezco contesta el inspector provincial y queda con ello más a sus anchas.