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El hombre es tímido de suyo y no es capaz de proponer banquetes ni giras; pero que otro le apunte la idea, y veréis con qué gusto la acepta... Gracias, gracias, Manuel Antonio murmuro D. Santos con la risa del conejo. Se le conocía el gran temor y molestia que le embargaban. Como muchos de los indianos, apesar de ser inmensamente rico, tenía fama de avariento, y no injustificada.

Era menester, para alegrarla, que todos los días hubiese jarana, giras de campo, mascaradas, etc., y que ella bailase sin cesar hasta caer rendida como una zagala de quince años: necesitaba menudear las entrevistas secretas con su amante a las horas más extraordinarias y en las ocasiones más impensadas.

Y si no, ya veréis el día que se case, ¡qué cambio en la población! prosiguió Manuel Antonio. Tendremos banquetes a diario y bailes y giras campestres... ¡Pero si a Fernanda no le gustan los bailes! exclamó Emilita Mateo, que bailaba con Paco Gómez y daba la espalda al grupo. Yo no he hablado para nada de Fernanda, niña repuso el marica en tono severo.

Pasado este incidente, advertido sólo por el vizconde de Goivoformoso y por los tres actores principales, empezó y transcurrió una época brillantísima para el hotel de los señores de Figueredo y famosa en los anales de la high life fluminense. Banquetes, animadas tertulias, bailes, lucidas cabalgatas y hasta giras de campo se sucedían con corta interrupción.

Las mujeres somos bestias cuando nos vemos solas en un país extranjero y sentimos la necesidad de un verdadero amigo... Todos los sábados irás al Banco Francés para depositar tus ahorros. O mejor aún, los giras directamente a Francia.

El Rey quería celebrar el concertado enlace de su hija la Infanta doña Beatriz con el Duque de Saboya, y anhelaba deslumbrar a los embajadores de aquel potentado, que iba a ser su yerno, con el lujo, la magnificencia y el esplendor de la capital de sus dominios. El tiempo volaba sin sentir en medio de tantos deleites. Hubo brillantes saraos, festines, cacerías y giras campestres variadas y amenas.

Casi todos lo conocían como su propia casa. Era el sitio obligado de las giras campestres por hallarse tan cerca y por el hermoso bosque que tenía. Los condes jamás habían negado el permiso.

Para complacerle, me violento y procuro aparentar que me gustan las diversiones de aquí, las giras campestres y hasta la caza, a todo lo cual le acompaño. Procuro mostrarme más alegre y bullicioso de lo que naturalmente soy.

En el Casino leía los periódicos de La Costa: conciertos nocturnos al aire libre, giras campestres, regatas, de todo esto hablaban; ¡cuánta gente! ¡cuánta música! ¡teatro, circo! barcos, grandes vapores ingleses... y el mar... el mar inmenso.... ¡Aquello era divertirse! Don Víctor suspiraba y se volvía a casa. «No estaba la señora». Pero estaba Kempis. Allí, abierto, sobre la mesilla de noche.