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Josefina, al tocar, se cimbreaba levemente, cual si bailase, y Baltasar estudiaba con curiosidad aquellos tempranos coqueteos, inconscientes casi, todavía candorosos, mientras tarareaba a media voz la letra: Cuando en la noche la blanca luna... Diríase que fuera había aplacado la ventolina, pues los goznes de las ventanas ya no gemían, ni temblaban los vidrios.

Bajaba los ojos, fruncía la boca, como era de rigor, con un gesto de virtuoso desprecio, cual si bailase contra su voluntad, y así giraba y giraba, trazando en sus evoluciones sobre el suelo grandes números ochos. El bailarín era el hombre.

Las señoras, que habían mostrado deseos de ver á D. Fadrique bailar, repitieron sus instancias, y una de las doncellas tomó una guitarra y se puso á tocar para que D. Fadrique bailase. Baila, Fadrique, dijo D. Diego, no bien empezó la música. Repugnancia invencible al baile, en aquella ocasión se apoderó de su alma.

Hasta la vieja Cardenala se arrancó por panaderos con un comerciante vecino casi tan antiguo como ella. La novia, rendida ya, jadeante, se empeñaba, no obstante, en bailar sola, sin hacer caso de María-Manuela que le advertía con empeño de que no lo hiciera, porque se bailaba con el diablo. Mercedes, la madrina, un poco excitada por el vino, quería que Velázquez bailase con ella.

Gloria fue la primera invitada, porque Isabel afirmó en voz alta que no había en Sevilla quien las bailase como ella. No se hizo de rogar. Costó gran trabajo reducirle a que lo hiciese. Confieso que, aun placiéndome mucho, no me causó la impresión que en Marmolejo. Gloria en hábito de monja no diré que estaba mejor que ahora con su vestido rojo; pero, desde luego, era aquello más original.

Era menester, para alegrarla, que todos los días hubiese jarana, giras de campo, mascaradas, etc., y que ella bailase sin cesar hasta caer rendida como una zagala de quince años: necesitaba menudear las entrevistas secretas con su amante a las horas más extraordinarias y en las ocasiones más impensadas.