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Hasta la vieja Cardenala se arrancó por panaderos con un comerciante vecino casi tan antiguo como ella. La novia, rendida ya, jadeante, se empeñaba, no obstante, en bailar sola, sin hacer caso de María-Manuela que le advertía con empeño de que no lo hiciera, porque se bailaba con el diablo. Mercedes, la madrina, un poco excitada por el vino, quería que Velázquez bailase con ella.

Al despedirse de ellos tropezó con Mercedes la Cardenala, á quien no había vuelto á hablar desde la memorable noche en que Soledad fué á buscarle á su casa. Como el buen humor le retozaba en el cuerpo, se aventuró á detenerla, saludándola con afectuosa expansión. La muchacha, sorprendida de aquel arranque, estuvo fría, circunspecta y no dejó de mortificarle con algunas palabritas amargas.

Velázquez embromaba á la graciosa Cardenala sobre su tristeza. ¿Por qué tenía aquella cara tan larga? ¿Por qué no hablaba? ¿Había visto al lobo? ¿Dónde le había cogido aquel aire? Mercedes respondía con palabras sueltas y breves, casi siempre agudas; porque tenía ingenio y sal la muchacha. Los demás reían y tomaban parte en la broma.

Aceptaba aquella amabilidad como moneda de buena ley. A los pocos minutos de conversación ya se creía otra vez dueño del corazón de la hermosa y se mecía en un océano de risueñas ilusiones. Seguía la zambra en el aposento. Mercedes la Cardenala bailaba con Gregorio, su futuro cuñado.

Señalado el día por los novios, pedida la novia oficialmente por el señor Rafael y arreglados los papeles á toda prisa, se tomaron los dichos en la vicaría. Después de las correspondientes amonestaciones celebróse la boda, al entrar la noche, en casa de la novia. Fueron padrinos el señor Rafael y Mercedes la Cardenala, prima de Pepa. Asistieron á ella los parientes y amigos de ésta y la reunión de la tienda de Velázquez, por ser los más íntimos que el novio tenía. Manolo Uceda se excusó por verse obligado á dormir aquella noche en la Isla; en realidad, por no encontrarse con Antonio y Soledad.

La novia entre el padrino y la madrina, el novio al lado de su suegro, á quien empezaba á bailar el agua mucho más que á su esposa; Soledad junto á Antoñico, Velázquez junto á María-Manuela, Gregorio, hermano de la novia, pegadito á su prima Isabel la Cardenala, Paca entre el Cardenal y la Cardenala viejos, embelesándolos con su afluencia maravillosa.

Vacilaba en dirigirse de nuevo á Mercedes la Cardenala, temiendo fundadamente que le rechazase, cuando llegó á sus oídos la noticia del rompimiento de Antonio y María-Manuela. De pronto nació en su mente la idea de galantear á ésta, con lo cual, además de procurarse distracción, se vengaba, hasta donde era posible, de su rival y molestaba á Soledad.

Velázquez, en la convalecencia, se mostró afectuoso y atento, la sacó de paseo y le hizo algunos leves regalos, para ella de gran precio. No tardó, sin embargo, en fatigarse. En cuanto la vió fuerte comenzó á tratarla de nuevo con desdén; luego con crueldad. Pero ella todo lo halló bueno, observando que no reanudaba sus amores con la Cardenala.

Pero las mujeres estaban rendidas: no tardaron en hablar de su casa; se inició la retirada por la vieja Cardenala y poco á poco fueron desfilando casi todos. No quedaron en la tienda más que los borrachos empedernidos, el señor Rafael, el maestro carpintero, el Cardenal y otros cuatro ó cinco convidados.

Miro por sus intereses como si fuesen míos... mucho más que si fuesen míos... ¿Por qué se goza en hacerme padecer?... En cuanto hay mujeres delante me trata con un despego y un despotismo como no se trata á una negra... Y les dice requiebros, y retoza con ellas... y si me presento en el cuarto me pregunta con desprecio: «¿Qué hace usted ahí? ¿A qué viene usted aquíHasta que me echa, y esas perdidas se quedan riendo de ... Ahora le da por una que llaman Mercedes la Cardenala.