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Y pensar que dentro de un mes ó dos iba él á dejar Filipinas, y el artículo no tendría salida en España, porque ¿cómo decir aquello contra los criminales de Madrid si allí imperan otras ideas, se buscan circunstancias atenuantes, se pesan los hechos, hay jurados, etc., etc.? Artículos como los suyos eran, como ciertos aguardientes envenenados que se fabrican en Europa, buenos para vendidos entre los negros, good for negroes, con la diferencia de que si los negros no los beben no se destruyen, mientras que los artículos de Ben Zayb, léanlos ó no los filipinos, producían sus efectos.

Todo anunciaba un feliz desenlace, cuando la Parca truncó la vida de estos filántropos, no sin sospecha de haber sido envenenados. Solo, y expuesto al resentimiento de los que habian sido denunciados, se resolvió Tupac-Amaru á echar mano de un arbitrio violento.

Lo mismo en el Saloncillo que en el Camarote había dos o tres ejemplares de la última gramática lata de la Academia, que no reposaban nunca. Contra quien se dispararon los tiros lingüísticos más envenenados, fué contra el inspirado don Rosendo, como quiera que era la cabeza y el nervio de su partido y convenía, más que a nadie, aniquilar.

La cerveza, el vino... ¡envenenados! y llevándose ambas manos al vientre echó á correr, traspuso la puerta y desapareció en la obscuridad, dejando á Simón, Tristán y demás bebedores desternillándose de risa. Poco después se retiraron á sus casas algunos de éstos y á sus no muy blandos lechos los huéspedes de la tía Rojana.

¡Que se ha perdido el rastro, y tenéis ahí en esa escudilla los restos envenenados de la perdiz! Tenéis razón, tenéis razón, Montiño dijo el bufón-; pero esto desaparecerá, desaparecerá, yo os lo juro. Y yendo á un negro fogón que le servía para condimentar su pobre comida, el tío Manolillo hizo fuego, y puso sobre él la escudilla de madera con los restos de la perdiz.

Oyéronse los silbidos de siete u ocho flechas; pero, disparadas de muy lejos, sólo dos conservaron fuerza para clavarse en los bambúes del corredor. Malos correos dijo uno de ellos. ¡Y tan malos!: ¡como que están envenenados! añadió Van-Horn . Por fortuna, a esta distancia no pueden herirnos mientras no nos descubramos.

La cofradía de «piruetistas», de «operadores», de «navegantes de la Puerta del Sol», está compuesta principalmente por los jóvenes envenenados por la literatura, que llegan de las provincias a la conquista de Madrid. La literatura es como la trágica sirena de las baladas germanas, y los pobres nautas se hunden en el fondo del mar por haber escuchado el sortilegio de su canto.

Llegaron a Barranquilla completamente envenenados, y si bien lograron salvar la vida, no fue sin quedar sujetos por mucho tiempo a fiebres intermitentes tenacísimas. He ahí el enemigo contra el que tenemos que luchar a cada instante: la fiebre.

Por el contrario, el escritor apasionado se alivia escribiendo, como si lanzase fuera de la ponzoña que le corroe y mata. Escritor de esta última clase, en la presente ocasión, el P. Enrique depositó en el papel, con el desorden que hemos visto, sus más negros y envenenados pensamientos. Hizo luego un violento esfuerzo sobre , y se quedó relativa y aparentemente tranquilo.

Pero ese era su pecado: sus ojos grandes, limpios y sencillos, que cada vez que se levantaban, ya sobre Juan, ya sobre otros donde Juan pudiese verlos, se entraban como garfios envenenados por el corazón celoso de Lucía; y aquella hermosura suya, serena y decorosa, que sin encanto no se podía ver, como la de una noche clara. Hasta que una noche: No, Sol, no: quédate aquí.