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Eran excelentes jinetes, y galopaban y caracoleaban á uno y otro lado, chasqueando sus bonitos látigos. Una banda de música nos precedía, y las casas indias que pasábamos presentaban sus acostumbradas demostraciones de bienvenida. Los caminos tenían mayor número de adornos y arcos de bambúes en ambos lados. Los morteros haciendo fuego anunciaban nuestra llegada.

Arman después a treinta pies del suelo el primer piso de la casa, formado por bambúes más ligeros, enlazados entre y sujetos a los horcones con las mismas fibras.

A proa y a popa se alzaban sendos palos, formado cada uno de ellos por tres bambúes unidos en lo alto y separados en la base; pero sin antenas, vergas ni cordaje, que no necesitaban, por lo demás; porque las velas de los barcos papúes no se despliegan de alto a bajo, sino al contrario; y para ejecutar esta maniobra basta una cuerda en la punta del palo.

Por todas partes había gran espesura de siempre verdes árboles; palmas, cocoteros, mangueras y enormes matas de bambúes. Innumerable multitud de luciérnagas o cocuyos volaban y bullían por donde quiera, durante la noche, e iluminaban con sus fugaces y fantásticos resplandores hasta lo más esquivo y umbrío de las enramadas.

Hans y Cornelio corrían de un lado a otro para apagarlas, mientras sus compañeros seguían disparando, aunque sin lograr contener a los asaltantes. Dos veces en el espacio de cinco minutos prendió el fuego en los bambúes y en las esterillas del corredor; pero, aunque con gran trabajo y recibiendo quemaduras, habían logrado los jóvenes apagarlo. Aquella lucha no podía durar mucho tiempo.

Los papúes, que son ágiles como monos, no se cuidan mucho de los suelos de sus habitaciones, y apenas cubren con hojas los espacios hueros que median entre las traviesas de bambúes de que están formados los pisos de sus viviendas; así que cualquiera no acostumbrado a andar por ellos puede dar un traspiés y caerse.

Al frente, tras un bello pórtico de bambúes con cortinas de muselina bordada, estaba su lecho. Antes, esto es, entre la puerta desde donde yo observaba y el pórtico de la alcoba, había un espacio cuadrado, y en su parte media, una mesa arrimada a la pared. Sobre la mesa había una lámpara con bomba de cristal opaca que esparcía una luz velada a poca distancia.

Al dejar el pais de los Guarayos, me embarqué y anduve ocho dias bogando sobre las aguas del San-Miguel, cuyas márgenes se ven cubiertas ya de altos bambúes ya de palmas motacúes. El rio se halla bien encajonado por todas partes; así es que las embarcaciones de todo tamaño pueden navegar allí fácilmente en todo tiempo.

Un pequeño arroyo bajaba en zigzag por las quebradas verdes del césped, formando remansos entre bambúes y palmeras japonesas, hasta desembocar en un lago minúsculo con bordes de follaje, tranquilo, gracioso, frágil, como uno de esos centros de mesa en los que el agua está representada por una lámina de cristal. Miguel se detuvo en lo alto de los jardines para contemplar de lejos el Casino.

Esta vegetación parecía en la obscuridad un bosque indiano, una bóveda de bambúes cimbreándose sobre el camino negro. La masa de cañas, estremecida por el vientecillo de la noche, lanzaba un quejido lúgubre; parecía olerse la traición en este lugar, tan fresco y agradable durante las horas de sol.