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Actualizado: 21 de octubre de 2025
Abrevio: una tarde, y por una de esas reacciones inexplicables con que los organismos envenenados lanzan en explosión sus reservas de defensa los morfinómanos las conocen bien! sentí todo el profundo goce que había, no en mi cocaína, sino en aquel cuerpo de diez y ocho años, admirablemente hecho para ser deseado.
Cuando Lorenzo de Médicis el Magnífico se afanaba tanto por resucitar en la bella Italia la cultura y costumbres del siglo de Augusto con las artes del tiempo de Pericles y el neoplatonicismo del Bajo Imperio, educando á su prole en el desprecio de todo lo que no era antigüedades griegas y romanas, y en la amistad íntima de un Marsilio Ficino y de un Pico de la Mirándola, estaba por cierto muy lejos de imaginarse que la autoridad pontifical de su hijo Juan habia de sufrir mayor descalabro por el influjo destructor de aquel renacimiento pagano que por los envenenados tiros del mismo Lutero.
Te amo, Sagrario; somos dos fugitivos de la sociedad que deben hacer su camino juntos; a mí me detestan por peligroso; a ti te desprecian por impura: la desgracia nos empuja. Nuestros cuerpos están envenenados, llevamos las heridas del vencido; pero antes de morir alegremos nuestra existencia con el amor; pidamos rosas, como la pobre Lucy.
Todo fué en vano, porque envenenados los bárbaros contra Jesucristo y su ley, sin hacer caso de nada, le apuntaron y dispararon un gran número de saetas á su cabeza, mas nunca pudieron acertar; antes bien veían manifiestamente que volvían atrás las flechas, como si una mano contraria las tirara; y una disparada con tal ímpetu que le hubiera pasado de parte á parte; pero al llegar la detuvo sin duda Dios, é hizo caer sin fuerza á los piés del Padre.
Había en el fondo de aquel tierno corazoncito un rinconcillo oculto, en que la memoria iba depositando con implacable fidelidad la lista de todos los agravios, como un grano de simiente venenosa entre una vegetación salubre, como un tallo de cicuta que había de hacer brotar en aquella selva virgen el sombrío rencor, el rencor callado y paciente, árbol siniestro que produce a la larga los envenenados frutos del odio.
Una vez eran dos atletas del Parlamento, que del uno al otro lado del salón se lanzaban mutuamente los dardos más agudos y los dicterios más envenenados: partido sin pudor, grupo faccioso, hombre funesto, pandilla hambrienta...
Daños acarreados por la vanidad y la soberbia. ¡Cuántas reputaciones se ajan, cuando no se destruyen, por la miserable vanidad! ¡cómo se disipa la ilusión que inspirara un gran nombre, si al acercársele os encontrais con una persona que solo habla de sí misma! ¡Cuántos hombres, por otra parte recomendabilísimos, se deslustran, y hasta se hacen objeto de burla, por un tono de superioridad, que choca é irrita, ó atrae los envenenados dardos de la sátira! ¡Cuántos se empeñan en negocios funestos, dan pasos desastrosos, se desacreditan ó se pierden, solo por haberse entregado á su propio pensamiento de una manera exclusiva, sin dar ninguna importancia á los consejos, á las reflexiones ó indicaciones de los que veian mas claro, pero que tenian la desgracia de ser mirados de arriba abajo, á una distancia inmensa, por ese dios mentido que habitando allá en el fantástico empíreo fabricado por su vanidad, no se dignaba descender á la ínfima region donde mora el vulgo de los modestos mortales!
Palabra del Dia
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