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Vivía solitario, en una casa de las afueras, con una vieja ama de llaves y una colección de monedas antiguas, á la que pensaba dedicar el resto de su existencia de célibe. Se había retirado del ejército con verdadero placer al llegar á la edad reglamentaria, después de una serie de campañas coloniales penosas y sin gloria, que habían quebrantado su salud y agriado su carácter.

Mas se detuvo de repente como si hubiese dicho demasiado, y quiso subsanar la imprudencia: El gobierno nos ha dado cosas que no se lo hemos pedido, ni se lo podíamos pedir... porque pedir... pedir supone que falta en algo y por consiquiente no cumple con su deber... insinuarle un medio, tratar de dirigirle, no ya combatirle, es suponerle capaz de equivocarse y ya se lo he dicho á usted, semejantes suposiciones son atentatorias á la existencia de gobiernos coloniales... El vulgo ignora esto y los jóvenes que obran á la ligera no saben, no comprenden, no quieren comprender lo contraproducente que es pedir... lo subversivo que hay en esa idea...

En un país americano de clima frío, donde crecían lo mismo que en Europa el pino y el abeto y las montañas estaban coronadas de nieve, salía al encuentro del viajero el idioma castellano, y con él las viejas casas de escudos coloniales en el portón y los entonados señores de solemnes maneras semejantes a los hidalgos antiguos.

Dentro de ese cuerpo vigoroso de rica musculatura de atleta, en el fondo de ese carácter atrabiliario, disputador y pendenciero que amenazaba tragarse la tierra, se escondía un ser enteramente pusilánime. Don Josef era una liebre. El colegio era un vasto edificio bajo, de muros espesos y coloniales, de grandes patios y espaciosa huerta, en la que no faltaban las clásicas higueras de antaño.

Como resultado de una guerra semejante, la destrucción de todas las instituciones coloniales, más o menos completas, pero instituciones al fin, el abandono absoluto de la industria agrícola y ganadera, el enrarecimiento de la población, la ruina de los archivos públicos, la desaparición de las fortunas particulares, la debilitación profunda de todas las fuerzas sociales.

Pero misia Melchora aviene y concilia las memorias, atribuyendo a todos sus ascendientes por línea propia y marital, ya sean personajes coloniales, ya proceres argentinos, las cualidades de la hidalguía castellana, llena de soberbia altivez y de un orgullo cuyos límites alcanzan a los cuernos de la luna.

Los rasgos de carácter aquí indicados se manifestaban perfectamente en sus rostros casi cuadrados y en el gran desarrollo físico de los nuevos magistrados coloniales; y en lo que concierne á porte y autoridad natural, la madre patria no se habría avergonzado de admitir á estos hombres en la Cámara de los Pares ó en el Consejo del Soberano.

Isagani, sin embargo, repuso: Yo creía que los gobiernos buscarían bases más sólidas cuanto más amenazados... La base del prestigio para los gobiernos coloniales es la más debil, porque no reside en ellos sino en la buena voluntad de los gobernados mientras quieran reconocerlo... La base justicia ó razon me parecía más duradera.

BIOGRAFÍA. Nació en la ciudad de San Juan el 15 de febrero de 1811, al año siguiente de la Revolución argentina, cuyas agitaciones impresionaron su primera infancia. Fué hijo de José Clemente Sarmiento y de doña Paula Albarracín, ambos sanjuaninos, y de antiguas familias coloniales de Cuyo.

El vecindario vió escuadrones de spahis, de teatrales uniformes, montados en sus caballitos nerviosos y ligeros; tiradores marroquíes con turbantes amarillos; tiradores senegaleses de cara negra y gorro rojo; artilleros coloniales; cazadores de África.