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La máquina volvía a agitarse y don Luis tecleaba el armónium, hasta que sonaban las nueve y el Vara de plata cerraba la escalera de la torre, agitando su manojo de llaves con un ruido que equivalía al antiguo toque de cubrefuego. Gabriel se indignaba contra la tenacidad de su hermano. Vas a matar a la chica. Lo que haces no es digno de un padre. No puedo, hermano: me es imposible mirarla.

La vieja jardinera le proporcionaba labores, y el ruido del pespunte sonaba en la antigua habitación, mezclándose muchas veces con las melodías del armónium del maestro de capilla. El Vara de palo pasaba por su casa como una sombra. Permanecía en la catedral o en el claustro bajo, no subiendo a su habitación más que en casos de necesidad.

Y estrechaba las manos de la joven, que, aturdida por las palabras de Gabriel, no sabía qué decir y lloraba dulcemente. Arriba, en el piso alto de las Claverías, seguía sonando el armónium del maestro. Luna conocía aquella música. Era el último lamento de Beethoven, el «es preciso» que cantaba el genio ante la muerte con una melancolía que causaba escalofríos.

En su solitario retiro, á orillas del mar, cuya movible superficie se descubría al través de las abiertas ventanas estendiéndose á lo lejos hasta confundirse con el horizonte, el P. Florentino distraía su soledad tocando en su armonium aires graves y melancólicos, á que servían de acompañamiento el sonoro clamoreo de las olas y el murmullo de las ramas del vecino bosque.

Estas tardes de comunión artística en aquel rincón de la catedral adormecida ligaban a los dos hombres con un afecto creciente. El músico hablaba, hojeaba cantando sus partituras, o hacía sonar el armónium; el revolucionario le escuchaba silencioso, sin interrumpir a su amigo más que con la tos de su pecho enfermo.

Estaban solos en la cuádruple galería. La ventana iluminada del camaranchón del maestro de capilla trazaba un cuadro rojo en los tejados de enfrente. Sonaba el armónium con melancólica lentitud, y al callarse pasaba y repasaba por el cuadro rojo la sombra del músico, con sus nerviosos movimientos, que, agrandados por el reflejo, se convertían en muecas grotescas.

El músico se sentó ante el armónium, y durante largo rato hizo sonar el último lamento del genio, su queja dolorosa al transponer el umbral de la vida, no desesperada y temblona por el miedo a lo desconocido, sino de una melancolía varonil, que se sumerge en la eterna sombra con la confianza de que la nada roerá inútilmente su gloria.

En mitad de una peroración entusiasta callaba, inclinándose ante el armónium, y las melodías del instrumento llenaban el cuarto, descendiendo por la escalera hasta llegar a los paseantes del claustro como un eco lejano. De repente, cesaba de tocar en el pasaje más interesante y reanudaba su charla, como temiendo que en su continua distracción se le evaporasen las ideas.

El órgano desgarrador y tempestuoso había sido reemplazado por el armónium; en vez de los santos negruzcos y horripilantes de la antigua devoción española veíanse imágenes sonrientes de fresco charolado, correctas y distinguidas cual corresponde á un culto de personas decentes; las lámparas de luz eléctrica, en gran profusión, sustituían á los cirios humosos que con su olor de cera daban mareos á las señoras.

El cura se fue a poner su sobrepelliz y su estola. Juan condujo a madama Scott al banco reservado, desde siglos atrás, a las dueñas de Longueval. Paulina tomó la delantera y esperó a Bettina a la sombra de un pilar de la iglesia, para hacerla subir por una escalera estrecha y empinada, e instalarla ante el armonium.