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Cuando el Rey D. Jaime hallábase en Teruel en disposición de emprender la conquista de Valencia, adelantáronse los teruelanos a buscar al enemigo sin orden del rey, y al tiempo de partir sacaron procesionalmente al mismo Cristo hasta fuera de la población como en señal de despedida.

Bien merece, que consignemos en este lugar, los nombres de tan ilustres patricios, que fueron: Pedro de la Capilla, juez ordinario; Bernardino de la Mata, alcalde; Miguel Juan y Francisco Malo, individuos de familias distinguidas; Gerónimo Dolz, asesor del juez de Teruel, y Gerónimo de la Mata, síndico; de los cuales, el último, fue muy versado en las leyes y privilegios de la comunidad, y los teruelanos le comisionaron, juntamente con el doctor Gil Garnier, para que fuese a la córte de Felipe II a informar y reclamar lo que mas conviniera en el asunto que se debatía: con tal obgeto escribió y presentó al rey y al Supremo Consejo de Aragón un tratado en forma de memorial, en que se daba noticia de las leyes de la Comunidad, de su uso, y de los sucesos desde el año 1570 hasta el 1579, y del temperamento que daban de si estos mismos sucesos.

Noticiáronlo a su padre, quien sobre dicho cadáver de su hijo, entre deudos y amigos, tributó el justo homenaje de paternal sentimiento y desahogó su pecho con imprecaciones de venganza. Tan lamentable caso escitó la piedad de los sensibles teruelanos, y hasta el mismo esposo de Isabel acudió a la casa de Marcilla para quitar sospecha, y consolar al afligido padre.

¡Verdadera lástima es que no se haya conservado en pie toda la muralla o al menos una gran parte de ella, ora para admirar su muchísima solidez, ora para hacer recordar a los actuales teruelanos que la argamasa para unir las piedras se tintó muchas veces con la sangre de los que las construían, edificando y peleando a un mismo tiempo contra los enemigos de la Cruz! ¡Cuántos hijos de Teruel, han perecido en dicha muralla, ya conquistando el país, ya defendiendo heroicamente la ciudad en el reinado de D. Pedro, en la guerra de la independencia, y en la triste lucha de hermanos contra hermanos!

Sra. del Cármen, y en el barrio de San Julian la de San Antonio Abad; antiguamente junto al portal de Valencia había un pequeño cerro en cuya cumbre se elevaba una bonita ermita llamada de San Redentor, a la que el día de Santa Cruz de Mayo iba el clero de la Catedral y después de bendecir desde allí los términos, se celebraba con este motivo una fiesta muy solemne: en la carretera de Alcañiz y a la vista todavía de Teruel, se ve el llano de San Cristóbal, donde antes estuvo el Fonsal o cementerio de los judíos : se llama de S. Cristóbal, porque había una ermita dedicada a este Santo, en cuyo día los teruelanos iban a ella en animada romería y se corría ensogado y embolado un toro llamado El Toro de la Ciudad, que llevaba una estrellita en el testuz y una mantilla con toretes y estrellas bordados.

Durante la estancia del rey D. Pedro IV, recibió Teruel el título de ciudad y por disposición del mismo monarca fueron restauradas sus puertas y murallas que ya se encontraban en ruinoso estado: los teruelanos, agradecidos por la predilección que manifestaba el Rey a su ciudad, diéronle repetidas muestras de lealtad auxiliándole en la guerra de la Unión, y en 1347, tomaron parte en la batalla de Játiva, en la cual murió su jefe Pedro Muñoz.

En Mayo de 1854, después de haber adquirido los fondos necesarios para erigir a los dos esqueletos un sitio mas decente y que correspondiera a su justa celebridad, fueron trasladados con gran regocijo de los teruelanos al salón que se les tenía hecho en el mismo claustro de la Iglesia parroquial de S. Pedro, y se les colocó en una magnífica urna de nogal con preciosos embutidos, construida por el ebanista D. Antonio Lacarrier, natural de París y concluida por su discípulo D. Policarpo Serrano, también ebanista y vecino de Teruel.

Este Obispo fue uno de los mas queridos de los teruelanos, y de los pueblos de la provincia, ya por su celo en el buen gobierno de sus diocesanos, ya por sus reconocidas virtudes, ya por su vasta erudición, ya por la afabilidad de su trato, ya, en fin, porque estendido el cólera en la capital y pueblos de su diócesis, fue el consuelo de los enfermos pobres atacados de aquella epidemia, entrando en sus casas, acompañándoles muchos ratos y llegando su anhelo por socorrer sus necesidades hasta el punto de vender su coche y las mulas, cuyo producto en dinero lo distribuyó enseguida entre los enfermos mas pobres. ¡Nunca olvidará la provincia de Teruel el nombre de tan buen Obispo! ¡No era de estrañar que fuese tan sentida su traslación a Murcia en el año 1862!

D. Domingo Abad y Huerta, natural de Cubél, provincia de Zaragoza; fue inquisidor de Barcelona donde sufrió mucho por su fidelidad en los días de las turbaciones de aquel Principado, pero el Rey Felipe IV le premió nombrándole Obispo de Teruel, de que tomó posesión en 19 de Setiembre de 1644: los breves días de su pontificado privaron a esta Iglesia de las esperanzas que concibió en los ensayos de su celo por la paz y felicidad de los teruelanos: murió al año y medio de su residencia en 16 de Mayo de 1646: su cuerpo fue enterrado al lado derecho del Presbiterio de la Catedral, quedó heredera y enriquecida con sus preciosos pontificales.

PRIMER OBISPO DE TERUEL, Don Andrés Santos: este Prelado nació en Quintanar de la Vega, diócesis de Leon: fue inquisidor en los tribunales de Llerena, Cuenca, Córdoba, Valladolid y Zaragoza: tomó posesión en 20 de Diciembre de 1578, y fue muy estimado de los teruelanos por sus virtudes, talento y prudencia: hizo varios reglamentos conforme a los cánones y disciplina de la Iglesia, y de algunos se hace memoria en las Constituciones Synodales de su sucesor: la Iglesia de Teruel le debe su primer forma y orden, cuyos servicios fueron tan agradables al Rey que le trasladó a la metropolitana de Zaragoza en Marzo de 1579; salió de Teruel en 28 de Julio del mismo año, y la mayor parte de los vecinos de esta ciudad le acompañaron hasta una gran distancia, habiendo sido sentida por todos su partida, especialmente por los pobres.