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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Desengañado Marcilla, y convencido de que la falta de riquezas era el verdadero obstáculo para conseguir la mano de su adorada Isabel, informó a esta de la contestación que le había dado su padre, y la persuadió le concediera un plazo de cinco años, ofreciéndola «ir a treballar por mar y por tierra en dó hubie dineros.» Colocada Isabel en la amarga alternativa de renunciar a su pasión o de disgustar a su padre, otorgó a su amante el plazo que le pedía, y Marcilla partió para la guerra contra moros, confiado en la fidelidad y constancia de su amada, y decidido a todo trance en adquirir lo que le faltaba.
Gabarda; el año 1555, siendo juez de Teruel Miguel Perez Arnal, al labrarse una capilla antigua de la Iglesia de San Pedro, se hallaron los cuerpos de D. Diego Martínez de Marcilla y de Doña Isabel de Segura, en un sepulcro y enteros, sin estar casi nada gastados.
La desconsolada Isabel apenas oyó desde su retrete los tristes cánticos del entierro, hizo que la dueña que la acompañaba, subiese con ella a la reja mas alta de la casa, para ver el funeral concurso: así que descubrió el féretro donde iban los últimos despojos de su malogrado amor, quedó pasmada por algunos momentos, y abandonándose luego a las irresistibles inspiraciones de su corazón, se despojó de todas sus galas vistiose con un mongil de bayeta, y despeinado el cabello, bajó a la calle muy apresurada, y confundiéndose entre las muchas mugeres que acompañaban el duelo, pudo seguir llena del mayor abatimiento: en el tránsito se reconvenía de haber sido la causa de la desgracia de Marcilla y ella misma se acusaba y condenaba, haciendo a la vez de fiscal, de juez y de reo.
En la Iglesia de San Pedro se celebraban las exequias de Marcilla; y el lúgubre clamor de las campanas anunció a Teruel la hora del funeral aparato: hombres y mugeres de distintas edades acudieron a la casa del difunto, así como los eclesiásticos de San Pedro y de las demás parroquias: el entierro marchaba en esta forma: iban delante los soldados en orden de batalla, detrás cuatro capellanes llevaban en hombros el cuerpo de Marcilla; seguían los oficios con hachas encendidas, los capuces, las gramallas de los deudos y amigos; y en pos de todos una pequeña escolta y casi todo el pueblo de Teruel.
Logró entrar disfrazado en la casa de su amada, la vio bailar en medio de los convidados, y traspasado de dolor abandonó aquel sitio de tormento y se introdujo en el aposento arreglado para el tálamo de los novios. Concluido el festín y despedidos los convidados, se recogieron los desposados a su cuarto y Marcilla no pudo salir del sitio donde estaba escondido.
Creyeron los circunstantes sería alguna deuda o hermana del difunto, pero cuando el clero principiaba el In exitu, fueron a apartarla y la encontraron inmóvil: llámanla hasta tercera vez, y no responde; descubren el manto que la velaba el rostro, y ven era Isabel que tenía su boca pegada a la de Marcilla, y su cuerpo sirviéndole de losa sepulcral: la sensible y virtuosa Isabel, después de haber apurado el cáliz amargo de dilatadas penas, buscó en alas de la muerte la compañía de su amante hasta el mismo templo de la eternidad.
Noticiáronlo a su padre, quien sobre dicho cadáver de su hijo, entre deudos y amigos, tributó el justo homenaje de paternal sentimiento y desahogó su pecho con imprecaciones de venganza. Tan lamentable caso escitó la piedad de los sensibles teruelanos, y hasta el mismo esposo de Isabel acudió a la casa de Marcilla para quitar sospecha, y consolar al afligido padre.
Durante la ausencia de Marcilla no se descuidó el Padre de Isabel en procurar a su hija el desvanecimiento de su arraigada pasión, al efecto, evitó que esta adquiriera noticia alguna de su amante; trató de halagarla con las ventajas de otro casamiento y aun la hostigó para que tomase marido; pero Isabel, con filial y respetuosa modestia, diole por respuesta que las mugeres no se deben casar, sin que primero sepan y puedan gobernar la casa, y además tenía hecho voto de virginidad hasta los veinte años.
Marcilla, aunque consternado con la infausta noticia del casamiento de Isabel, procuró empero cuanto pudo recatar su profunda pesadumbre, para no ahogar la alegría de sus regocijados padres, y se apercibió cauteloso para tener con ella una entrevista.
Todos quedaron perplejos, y nadie se atrevía a proponer la resolución que debía adoptarse, hasta que un viejo, pariente de Marcilla, de mucha autoridad y cuyas razones pasaban por oráculo, sacó al concurso de la duda. «Supuesto, dijo, que es verdad cierta que Isabel y Diego, desde niños se tuvieron entrañable amor, y que en su ausencia larga han pasado los dos una pena y un tormento, y que juntos ambos han padecido un género de muerte; y supuesto también que se ligaron los dos con palabra y juramento de esposos, primero que Azagra, será razón que se entierren los dos juntos en un sepulcro.»
Palabra del Dia
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