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Gabriel dividía y agrupaba por caracteres la larga lista de prelados famosos. Primeramente los santos, los propagandistas de la edad heroica del cristianismo, los obispos pobres como sus diocesanos, descalzos, fugitivos de la persecución romana y entregando al fin su cabeza al verdugo con el afán de dar nuevo prestigio a la doctrina por el sacrificio de la existencia: San Eugenio, Melando, Pelagio, Patruno y otros nombres que brillaban en el pasado, rompiendo apenas las nieblas de lo legendario. Luego venían los arzobispos de la época goda, los prelados monarcas, que ejercían sobre los reyes conquistadores la superioridad con que el poder espiritual acaba por dominar a la barbarie conquistadora. El milagro les acompañaba para confundir a los arríanos sus enemigos; el prodigio celeste estaba a sus órdenes para asombrar a los rudos hombres de guerra, supeditándolos. El arzobispo Montano, que vive con su mujer, indignado por la murmuración, pone carbones encendidos entre sus vestiduras sagradas mientras dice la misa y no se quema, demostrando con este milagro la pureza de su vida. San Ildefonso, no contento con escribir libros contra los herejes, hace que se le aparezca Santa Leocadia, dejando entre sus dedos un pedazo de manto, y goza el honor de que la misma Virgen descienda del cielo para ponerle una casulla bordada por sus manos. Sigiberto, años después, tiene la audacia de vestirse esta casulla, y es depuesto, excomulgado y desterrado por su temeridad. Los únicos libros que se producen en tal época los escriben los prelados de Toledo. Ellos compilan las leyes, ellos ungen con el óleo santo la cabeza de los monarcas, ellos improvisan rey a Wamba, conspiran contra la vida de

Espulsados de España los jesuitas, por real pragmática de 2 de Abril de 1767, ocupáronseles al mismo tiempo sus temporalidades, con la reserva empero de adjudicarlas, muy particularmente sus edificios, a los objetos que se considerasen mas útiles, previos informes en especial de los diocesanos respectivos: Hallábase a la sazón ocupando la Silla de Teruel el Ilmo. Sr.

Por parte de los prelados regulares y diocesanos, no hay superior ni vicario que ejerza jurisdicción alguna, y así no es de maravillar el que hayan sucedido muchos desórdenes en estos pueblos, estando tan lejos los recursos, y tan enlazadas las tres jurisdicciones real, episcopal y regular, y que las más veces participan de todos tres fueros, las causas de que se originan, a las que da cuerpo y fomento la mucha ignorancia de todos.

«1.º Se prohibe generalmente á todos, sin escepcion de persona, oir, leer i enseñar en público ó en secreto la doctrina del Talmud, mandando recoger en el término de un mes en la iglesia catedral de cualquiera diócesis todos los ejemplares que se encontraren del Talmud, de sus glosas, apostillas, sumarios, compendios ú otros cualesquiera escritos que directa ó indirectamente tuvieren relacion con la tal doctrina, i que los diocesanos ó inquisidores velen sobre la observancia de este decreto, visitando por ó por otros, á lo menos cada dos años sus jurisdicciones en que hubiere judíos, i castigando con toda severidad á quien hallaren culpado.

Este Obispo fue uno de los mas queridos de los teruelanos, y de los pueblos de la provincia, ya por su celo en el buen gobierno de sus diocesanos, ya por sus reconocidas virtudes, ya por su vasta erudición, ya por la afabilidad de su trato, ya, en fin, porque estendido el cólera en la capital y pueblos de su diócesis, fue el consuelo de los enfermos pobres atacados de aquella epidemia, entrando en sus casas, acompañándoles muchos ratos y llegando su anhelo por socorrer sus necesidades hasta el punto de vender su coche y las mulas, cuyo producto en dinero lo distribuyó enseguida entre los enfermos mas pobres. ¡Nunca olvidará la provincia de Teruel el nombre de tan buen Obispo! ¡No era de estrañar que fuese tan sentida su traslación a Murcia en el año 1862!