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Actualizado: 14 de julio de 2025


Compadre, cuidado.... Si adelanta usted un poquito más nos vamos a encontrar con el libre albedrío perdido. Cebre, mira que vas por mal camino: ¡mira que te marchas con Pelagio! Yo a San Agustín me agarro, y no lo suelto. Esa proposición puede admitirse simpliciter, pero tomándola en otro sentido... no cuela. Citaré autoridades, todas las que se me pidan: ¿a que no me citas ni media docena?

Gabriel dividía y agrupaba por caracteres la larga lista de prelados famosos. Primeramente los santos, los propagandistas de la edad heroica del cristianismo, los obispos pobres como sus diocesanos, descalzos, fugitivos de la persecución romana y entregando al fin su cabeza al verdugo con el afán de dar nuevo prestigio a la doctrina por el sacrificio de la existencia: San Eugenio, Melando, Pelagio, Patruno y otros nombres que brillaban en el pasado, rompiendo apenas las nieblas de lo legendario. Luego venían los arzobispos de la época goda, los prelados monarcas, que ejercían sobre los reyes conquistadores la superioridad con que el poder espiritual acaba por dominar a la barbarie conquistadora. El milagro les acompañaba para confundir a los arríanos sus enemigos; el prodigio celeste estaba a sus órdenes para asombrar a los rudos hombres de guerra, supeditándolos. El arzobispo Montano, que vive con su mujer, indignado por la murmuración, pone carbones encendidos entre sus vestiduras sagradas mientras dice la misa y no se quema, demostrando con este milagro la pureza de su vida. San Ildefonso, no contento con escribir libros contra los herejes, hace que se le aparezca Santa Leocadia, dejando entre sus dedos un pedazo de manto, y goza el honor de que la misma Virgen descienda del cielo para ponerle una casulla bordada por sus manos. Sigiberto, años después, tiene la audacia de vestirse esta casulla, y es depuesto, excomulgado y desterrado por su temeridad. Los únicos libros que se producen en tal época los escriben los prelados de Toledo. Ellos compilan las leyes, ellos ungen con el óleo santo la cabeza de los monarcas, ellos improvisan rey a Wamba, conspiran contra la vida de

Este reparo ya es antiguo, pues le satisfizo S. AGUSTIN escribiendo contra PELAGIO. Es así que Moyses en sus leyes al Pueblo Hebreo no habló del castigo de la otra vida; pero no se arguye bien por eso, que ni él, ni su Pueblo lo creian. Este es argumento negativo, tomado del silencio de Moyses.

3 Dejar un reino por otro y mártires de Madrid, de D. Jerónimo Cáncer, D. Sebastián de Villaviciosa y D. Agustín Moreto. 4 Cinco venganzas en una, de D. Juan de Ayala. 5 San Pelagio, de D. Fernando de Zárate. 6 La confesión con el demonio, de D. Francisco de la Torre. 7 La palabra vengada, de D. Fernando de Zárate. 8 El engaño de unos celos, de D. Román Montero de Espinosa.

El célebre Pelagio difunde por toda Inglaterra su herejía, la cual amenaza turbar las verdades fundamentales de la Iglesia católica. San German de Augerre y San Loujo de Troyes parten en el acto para la Gran Bretaña, con el pensamiento de combatir el famoso cisma, pasando por Nauterre, pequeña ciudad que se halla á pocas leguas de Paris.

Palabra del Dia

godella

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