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Actualizado: 29 de junio de 2025


27 Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué pues tendremos? 28 Y Jesús les dijo: De cierto os digo, que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando se sentará el Hijo del hombre en el trono de su gloria, vosotros también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.

Doña Lupe permaneció un rato en la sala, sin moverse del sillón en que se sentara al entrar, con el manto puesto, la mano en la mejilla, pensando en lo mismo. No había vuelto aún de su asombro, ni volvería en mucho tiempo. Fortunata, de cuya casa venía, le había dado mil duros para que se los colocara del modo que lo creyera más conveniente... y sin querer admitir recibo... Al pronto sospechó la señora de Jáuregui si serían falsos los billetes... pero ¡quia, si eran más legítimos que el sol! Tal prueba de confianza le llegaba al alma, porque no sólo era confianza en su honradez, sino en su talento para hacer producir dinero al dinero... Pues además, Fortunata, en el curso de la conversación, había dado a entender que tenía acciones del Banco, sin decir cuántas. ¿De dónde había salido esta riqueza? Quizás Juanito Santa Cruz... quizás Feijoo... Lo más particular era que doña Lupe, por impulsos de tolerancia que habían surgido bruscamente en su espíritu, se esforzaba en suponer a aquel caudal una procedencia decente. ¡Fascinación que la moneda ejerce en ciertos caracteres, porque para estos lo bueno tiene que tener buen origen!... «¿Y por qué no ha de ser verdad todo eso del arrepentimiento?... se decía . Lo que no me explico es una cosa... El primer día me dijo Feijoo que estaba miserable... pero miserable, y comiéndose sus ahorros. ¡Pues si son estas las sobras...! En fin, doblemos la hoja; pongámonos en un punto de vista imparcial, y no hagamos juicios temerarios antes de tener datos seguros. ¿Quién se atreve a condenar a un semejante sin oírlo? Sería una crueldad, una injusticia. Eso de que siempre hayamos de pensar mal, me parece una barbaridad... Pero me estoy aquí ensimismada, y si tardo, quizás no encuentre en su casa a D. Francisco...

Yo, entonces, cortado y pesaroso de mi indiscreción, intenté retirarme, balbuceando algunas frases de disculpa. Pero él me detuvo por un brazo, diciendo en voz alta: ¿Quién es usted? ¿Qué desea? Soy el caballero de la Roche-Bernard contesté; y vengo de Bretaña... Ya , ya repuso. Y me abrazó, obligándome luego a que me sentara junto a él.

¡Vamos, vamos! niña; vos sabéis que esta tela os agradaba y teníais buenas razones para ello, puesto que vuestro rostro es del color de la crema. Estaría bueno que llevarais lo que a me sentara bien. Lo que no apruebo es vuestra idea de que me vista como vos. Pero hacéis de lo que queréis. Así ha sido siempre, desde cuando comenzasteis a caminar.

Y pasará un dia y otro dia, y acaso la madre le guarda la silla en que solia sentarse, y no quiere que nadie ocupe el lugar de la mesa que él ocupaba. Y pasa un mes, y pasa un año; la madre esperará á su hijo, y el hijo no entrará por la puerta de la casa de sus padres, ni se sentará en la silla en que antes se sentaba, ni ocupará el lugar de la mesa que ocupó desde niño.

13 Ve, y entra al rey David, y dile: Rey señor mío, ¿no has jurado a tu sierva, diciendo: Salomón tu hijo reinará después de , y él se sentará en mi trono? ¿Por qué pues reina Adonías? 14 Y estando aún hablando con el rey, yo entraré tras ti, y acabaré tus razones. 15 Entonces Betsabé entró al rey a la cámara; y el rey era muy viejo; y Abisag sunamita servía al rey.

Dispuso con un ademán de los suyos que me sentara en el centro del sofá, y senteme allí. Delante del sofá, a sus dos extremos y mirándose frente a frente, había dos butacas. La mujer se sentó en la una y el marido en la otra. Colocados así los tres, el espectro estaba a mi derecha. »El bueno de don Santiago había estado muy afable y cortés conmigo... y también un poco desconcertado al saludarme.

Le recibí con la franqueza alegre y cariñosa de paisano, porque paisanos son los compatriotas cuando se ven en país extranjero; le supliqué que se sentara; se sentó, y hubo un instante de silencio, ese instante en que cada cual piensa lo que ha de decir, ó sobre qué ha de hablar.

Asombréme, lloró desconsolada, golpeóse la cabeza con las manos, se mordió los puños apretados convulsivamente, volvió a hincarse en el suelo para pedirme perdón abrazada a mis rodillas, creció mi asombro, conseguí con trabajo que se sentara de nuevo, y la conjuré, por todos los santos de la corte celestial, a que me declarara enseguida todo cuanto tenía que declararme.

Siempre os sentará bien el aire del bosque... Si supierais, señor cura, cuánto os quiero... y os respeto... ¿No habré dicho demasiados disparates hoy, delante de vos? Porque sentiría tanto... No, hijo mío, no he oído nada. Entonces tomaremos el camino de los estudiantes.

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