Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 20 de mayo de 2025
Gabriel sonreía oyendo al cadete. Son ustedes unos engañados, lo mismo que esos pobres muchachos que entran en el Seminario creyendo que les espera la mitra o una gran prebenda al otro lado de la puerta. Es la seducción que aún ejercen después de muertas las grandes cosas que fueron. Vamos a ver... aparte del resultado material de la carrera, ¿por qué son ustedes militares...?
Por las tardes, paseándose en el Espolón, donde ya iban quedándose a sus anchas curas y magistrados, porque el mundanal ruido se iba a la sombra de los árboles frondosos del Paseo Grande, don Álvaro solía cruzarse con el Provisor; y se saludaban con grandes reverencias, pero el seglar se sentía humillado, y un rubor ligero le subía a las mejillas. Se le figuraba que todos los presentes les miraban a los dos y los comparaban, y encontraban más fuerte, más hábil, más airoso al vencedor, al cura. Don Fermín era el de siempre; arrogante en su humildad, que más quería parecer cortesía que virtud cristiana; sonriente, esbelto, armonioso al andar, enfático en el sonsonete rítmico del manteo ampuloso, pasaba desafiando el qué dirán, con imperturbable sangre fría. Solían juntarse en el Espolón los tres mejores mozos del Cabildo: el chantre, alto y corpulento; el pariente del ministro, más fino, más delgado, pero muy largo también, y don Fermín, el más elegante y poco menos alto que la dignidad. Gastaban entre los tres muchas varas de paño negro reluciente, inmaculado; eran como firmes columnas de la Iglesia, enlutadas con fúnebres colgaduras. Y a pesar de la tristeza del traje y de la seriedad del continente, don Álvaro adivinaba en aquel grupo una seducción para las vetustenses; iba allí el prestigio de la Iglesia, el prestigio de la gracia, el prestigio del talento, el prestigio de la salud, de la fuerza y de la carne que medró cuanto quiso...
El ruido, las luces, la algazara, la comida excitante, el vino, el café... el ambiente, todo contribuía a embotar la voluntad, a despertar la pereza y los instintos de voluptuosidad.... Ana se creía próxima a una asfixia moral.... Encontraba a su pesar una delicia intensa en todos aquellos vulgares placeres, en aquella seducción de una cena en un baile, que para los demás era ya goce gastado.... Sentía ella más que todos juntos los efectos de aquella atmósfera envenenada de lascivia romántica y señoril, y ella era la que tenía allí que luchar contra la tentación.
Y de sus labios, que parecían empequeñecerse para ocultar la palpitación de un beso, se desprendía una singular y poderosa seducción. Un vértigo atravesó el alma de Muñoz. La angustia le oprimió, una angustia extraordinaria, en que se confundían los celos agudos con el temor sombrío de perderla.
Y le empujaba dulcemente, extremando los gestos y miradas de seducción. Ojeda, con su pasividad habitual ante el mandato de una mujer, siguió este impulso, dirigiéndose en busca del señor Kasper. ¡Qué de embustes y enredos con esta muchacha!... Afortunadamente, el día de la liberación estaba próximo; y una vez en tierra, no la vería más.
¡Ah! dijo el coronel con repentino arranque de afecto y alegría paternales, chocantes por su falsedad y afectación. ¡Ah! ¡Bonita niña, bonita niña! ¿Cómo estás? ¿Estás bien, eh, hermosa? ¿Qué tal te va? Volvió a cuadrarse el militar en elegante actitud y a dar vueltas a su junco, hasta que se le ocurrió que estos medios de seducción eran acaso inútiles para con una criatura de tan corta edad.
El barítono, que no había perdido la pista a la afición que le había demostrado aquella señora en paseo, en misa, en la calle, por medio de miradas incendiarias, aquella noche acabó de comprenderlo todo, y formó un plan de seducción, que le convenía desde muchos puntos de vista.
Algo más que el dolor de la esposa ultrajada vibró en los lamentos de Cinta. Era la rivalidad con aquella mujer de Nápoles que ella creía una gran señora con todos los atractivos de la riqueza y de un alto nacimiento; la envidia por sus armas superiores de seducción; la rabia por su propia modestia y su humildad de mujer casera.
Vivió en Turín, en Roma, en Nápoles, Dios sabe cómo; y ello fue que a España volvió de corista en una compañía de ópera, hablando italiano, con mucho mundo, y persuadido de que su vocación era la música y su fuerte la seducción de mujeres fáciles, y el tentar a todas, fáciles o difíciles.
Pero acordándose de lo que debía a su esposa, de lo que se debía a sí mismo, de lo que debía a sus años, y de otra porción de deudas, y sobre todo, por fatalidad de su destino que nunca le había permitido llevar a término natural cierta clase de empresas, era lo cierto que había retrocedido en aquel camino de perdición desde el día en que una tentativa de seducción se le frustó, por fingido pudor de la criada. «No había, en suma, llegado a ser dueño de los encantos de su doncella, pero en aquellos primeros y últimos escarceos amorosos había podido adquirir la convicción de que la Regenta le había regalado a Petra unas ligas que el amante esposo le había regalado a ella».
Palabra del Dia
Otros Mirando