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Entonces me estremecí al sentir que su boca se posaba en mis labios. Me pareció que una llama me había quemado. Y me besó otra vez, otra y otra: el gozo y el agradecimiento le habían hecho perder la razón. Pero yo pensaba: «¡Ojalá nunca concluya este instante!» Y los calofríos me sacudían sin interrupción mientras mi cuerpo yacía inerte y sin fuerzas entre sus brazos.

6 Cuando se prendiere fuego, y al quemar espinas quemare mieses amontonadas o en pie, o campo, el que encendió el fuego pagará lo quemado. 7 Cuando alguno diere a su prójimo plata o alhajas a guardar, y fuere hurtado de la casa de aquel hombre, si el ladrón se hallare, pagará el doble.

Figúrate , muchacho, que vienen a decirme: «Señor Durand, se siente olor de quemado en casa del señor Kernok; ¡pero de una chamusquina más raraEran las ocho de la mañana y nadie se atrevía a entrar en su habitación; ¡son tan bestias! Me decido yo a entrar, muchacho, y... ¡Ah! ¡Dios mío! échame de beber, porque me pongo malo cada vez que lo recuerdo.

No hizo ninguna observación a propósito de la chimenea, en la que se veía una capa de polvo que databa de la víspera, y soportó heroicamente el pescado quemado que Celestina nos sirvió para castigarnos, por tener secretos para ella. Parece que el padre Tomás está encantado por la felicidad de la abuela, aunque no comprende muy bien las causas de mi repentino cambio de parecer.

Padre dice con voz temblorosa, ahogada por la emoción, se me olvidó decir que esta noche hice una penitencia que acaso, por excesiva, pudiera ser un pecado. El joven presbítero levantó los ojos sin comprender bien, expresando una muda interrogación. Me he quemado con una plancha. El confesor permaneció silencioso, mirándola con ojos distraídos. Me he puesto la plancha ardiendo en un brazo...

Sus gritos horrorosos ya no sirvieron sino para sacarme de aquel enajenamiento mortal... abrí los ojos, los tendí a todas partes... la hoguera consumía una víctima, y el hijo del Conde estaba allí. MANRIQUE. ¡Desgraciada! AZUCENA. Había quemado a mi hijo. MANRIQUE. ¡Vuestro hijo! ¿Pues quién soy yo, quién?... Todo lo veo.

¡Oh, qué hermosa eres, Margarita! dijo el rey, en cuyas mejillas apareció la palidez del deseo. Y la atrajo á . Margarita de Austria, se sentó en un movimiento lleno de coquetería en las rodillas del rey, y se dejó besar en la boca. Depón al duque de Lerma dijo la reina entre aquel beso. El rey se retiró bruscamente como si le hubiesen quemado los labios de Margarita.

Miró a todas partes; nada se descubría por ningún lado que denunciase el voraz elemento, y, sin embargo, el tufillo o trapo quemado seguía dándole en las narices con progresiva persistencia. Asomó la cabeza fuera de las cortinas del lecho, miró bajo la almohada, entre las mantas, en la fosforera de porcelana que sobre la mesilla tenía... ¡Nada, nada!

Y yo callada decía misia Casilda, caminando sin rumbo, como si no tuviera lengua para decirle cuatro frescas; se me han quemado los libros: cuando comprendí que mi visita era inútil, debí erguirme y tratarla de igual a igual; ¿a qué humillarse?

Sin tiempo para ponerse á salvo, cayó Julianillo también en las garras del Santo Oficio, y después de doce meses de prisión, el 22 de Diciembre de 1560 salió con el auto de fe, siendo quemado vivo en unión de 34 protestantes más, entre los que se hallaban doña Ana de Rivera, doña Francisca Ruíz, doña Francisca de Chaves, monja de Santa Isabel; María Gómez, Leonor Núñez, sus tres hijas Elvira, Teresa y Lucía; doña Catalina Sarmiento, doña María y doña Luisa Manuel, y fray Diego López, fray Barnardino Valdés, fray Domingo Churruca, fray Gaspar de Porres y fray Bernardo de San Jerónimo, de alguno de los cuales haré más adelante especial mención.